sábado, 10 de junio de 2017

Espejismo


Desde las calles y plazas, polvorientas al sol, divisábamos la montaña. Se veía  lujuriosa de vegetación, un biotopo ideal para pasear, quizá como en el terciario. Allá nos fuimos un día, entre los rayos del alba, soñando con un riachuelo rumoroso que festoneara de cristal el bosque de las quimeras. 
Según se ascendía, el verdor iba desapareciendo y descubríamos la tierra cubierta de secos matorrales. Algunos hierbajos voladores nos azotaban las piernas, bichos esqueléticos subían entre las áridas cortezas y unos pocos cactus, lánguidos y delgadísimos, se alzaban entre los pedruscos.
Al coronar la cima contemplamos, absortos, como el pueblo era ahora un lugar cubierto de árboles, con  hojas relucientes  encandilando las pupilas infantiles, incapaces de comprender aún la diferencia entre los sueños y la realidad. 

Deseosos de trepar a los árboles de nuestros deseos, bajamos en un vuelo. Allí seguía el pueblo en el mediodía ardiente, y arriba, en la montaña, de nuevo el fulgor de las hojas tornaba a reclamarnos con su aleteo embaucador.


Texto y foto, Virgi