El río Águeda es un afluente del Duero que pasa por Ciudad Rodrigo, antigua villa fortificada cercana a la frontera con Portugal y repleta de casa señoriales y palacetes de los siglos XV y XVI.
A unos escasos 15 km se encuentra el yacimiento de Siega Verde, un amplio espacio al borde del Águeda, donde hace unos 20.000 años artistas del Paleolítico Superior grabaron caballos, uros, zorros, cabras, ciervos. Conmueve observar sobre las rocas de esquisto, a dos pasos del agua, la perfección de las cabezas, las líneas claviformes, lo proporcionado de los cuerpos -en algunos casos, animales más chicos dentro de otros mayores-, la adaptación al sustrato rocoso.
Imposible una comprobación fidedigna acerca de la intencionalidad de los grabados (se contabilizan más de 400, entre animales y signos abstractos), la gran mayoría situados en rocas que dan al Este. Una hermosa teoría dice que podría ser una manera de que el Sol, en su primera luz sobre la Tierra, viera a los animales y no los echara en falta a pesar de haber sido cazados.
No podremos nunca corroborar tal cosa, pero conmueve pensar que las mujeres y hombres que diseñaron, rasparon y puntearon las piedras hace milenios, lo hicieron respetando tanto al astro rey, como a cualquiera de los animales que necesitaban cazar. Una manera primaria de pensar y actuar, y al tiempo, emocionante. Primitivos, pero en cierto modo, más conscientes que nosotros, tan dispuestos a acabar con lo que nos rodea.
Los petroglifos de Siega Verde forman pareja con otros similares, encontrados al borde del Río Côa, también afluente del Duero, pero ya en tierras portuguesas. Ambos yacimientos, a dos horas de carretera uno del otro, forman un todo en cuanto a estudios y proyectos, siendo nombrados Patrimonio de la Humanidad en 1998.
Texto y fotos, Virginia (excepto las cuatro últimas, sacadas de la web del yacimiento)