Me asalta la ternura cuando leo Memorias del Oasis, de Nana Rodríguez Romero, escritora colombiana (minificción, ensayo, novela, poesía) que la vida me ha traído muy cerca. Sus recuerdos y vivencias son tan parecidos a los que conservo, que pareciera viví un tiempo en el mismo lugar y con idénticas costumbres.
Tengo escritas numerosas páginas acerca de mi infancia, la familia, la vecindad, las fiestas y los juegos, personajes que me llamaron la atención, años dichosos en un entorno sano y sencillo. Leyendo estas Memorias me dan ganas de dos cosas: una, continuar con la iniciativa de publicarlas junto a fotografías que conservamos desde mis padres. Otra, viajar a Colombia y encontrarme con ella para revivir la infancia que, aunque nunca tuve allí, será como si la hubiera pasado, así de vívidas son las sensaciones que me invaden: los juegos en la calle, la lluvia, el silencio de la semana santa, los pantalones cortos y unas botas de agua, una patineta que vuela conmigo encima (y tal vez acompañada por Nana), los libros de mis hermanas mayores, el cine de los domingos y tantas otras cosas gratificantes.
A miles de kilómetros, más allá del mar y las montañas, creo que fuimos amigas en algún momento de la niñez y ahora me reconforta leerla. Ya antes me admiraba su escritura (extraordinario su “Animales rotos”, como también “El astrolabio” o “Los elementos”), ahora me ha conmovido.
Gracias, Nana, por tus recuerdos, donde también están muchos de los míos.