Le atraen las casas viejas, con puertas y ventanas desguarnecidas, calderos sin asas, platos desportillados, láminas incoloras donde se adivinan lejanos lagos suizos, zapatos sin pareja. Una enredadera sorteando las tejas rotas, un viejo camastro de patas oxidadas, trozos de azogue por los suelos entre papeles húmedos y arrugados.
El colmo de la fascinación le llega ante la cortina ajada, capaz aún de ahuyentar las moscas, suavizar la luz, esconder intimidades.
Imagina entonces que alguien descansa dentro, esperándola, indemne al tiempo, al polvo, al dolor.
Texto y foto, Virginia