miércoles, 15 de diciembre de 2021

Ain Gazhal

 


Ocho mil años bajo tierra con los ojos abiertos. Así estuvieron las esculturas de Ain Gazhal, a pocos kilómetros de la capital jordana, siendo descubiertas en los años ochenta a raíz de unas obras.
Elaboradas con junco y yeso, nos miran limpiamente sin rastro alguno del tiempo que llevan en la oscuridad. Con la fuerza de unos ojos puros que nunca se cerraron, como criaturas recién nacidas, parecen interrogarnos acerca de un mundo nuevo y desconocido. Sus torsos burdos, agrietados y frágiles, conservan el toque de unas manos de hace milenios, las que amasaron el yeso, las que incrustaron el bitumen del Mar Negro, perfilando una mirada para la eternidad. Esa que nos conmueve cuando nos la  cruzamos.

Ocho mil años no son nada frente a unas pupilas que nos contemplan con  inquietante indiferencia. O tal vez sea con el asombro de verse en un mundo al que ya no pertenecen.


(Estas estatuas antropomórficas, conservadas en el Museo Arqueológico de Ammán, se consideran de las más antiguas en todo el mundo que hayan sido elaboradas a semejanza humana)


Texto y fotos, Virginia