No te distraigas con las luces del camino.
La del final será la mejor.
Si la vecindad supiera que cada tarde juega a las cartas con el compañero ideal. No discute, no bebe, nunca se equivoca dando las cartas. En la casa más tenebrosa del condado, la anciana Rose comparte la mesa con un antiguo inquilino. Silencioso, transparente, de facciones delicadas, jugando al mus el fantasma es un portento.
El Pino de Casandra en lo alto de una loma. Señor silencioso que domina el paraje y la Presa de las Niñas, mientras a su alrededor vuelan picapinos, canarios, pinzones, mariposas, caballitos del diablo, alguna mariquita que se posa en mi brazo. Oí los cantos, vi sus aleteos, conversé con un cabrero bajo el calor del mediodía. Inmersa en el paisaje y en las leyendas acerca de Casandra, se me fue el tiempo y algo mío se quedó allí.
Texto y foto, Virginia
Volver a caminar entre pedruscos, viendo túmulos aquí y allá, unos más completos, otros como amontonamientos, muchos con sólo una pared. Volver a la Necrópolis de Arteara, un territorio abrupto y ferruginoso desgajado de la montaña hace miles de años, con una extensión de unos dos kilómetros cuadrados y que sirvió a los aborígenes de una amplia zona de Gran Canaria para enterrar a sus muertos, en cavidades secas y sencillamente edificadas. Más de 800 cistas, esparcidas desde la base del risco hasta el frondoso barranco de Arteara, sombreado de palmeras y numerosos árboles frutales.
Volver después de una decena de años para repetir el impacto de caminar por un cementerio singular, un espacio sagrado y conmovedor. Volver a contemplar el “Túmulo del Rey”, que ostenta la particularidad de una posición estratégica, de manera que los primeros rayos de sol que salen en el equinoccio de la primavera sobre el Macizo de Amurga iluminan esta tumba, mientras el resto permanece en penumbra unos minutos.
Hay regresos tan enriquecedores que volveremos sin duda.
Texto y fotos, Virginia
La luz me hizo dudar.
¿Era yo o mi fantasma?
¿Era yo a punto de llamar a las cabras?
¿Era yo buscando un lugar donde guarecerme?
¿Era yo al borde del risco, allí donde moraron los antiguos?
Sí, era yo. Pero no había cabras ni antiguos, solo una cueva como un arco iris. Un lugar lejano que aún mantenía el calor ancestral y una atmósfera que me hizo creer era yo en alguna vida anterior.
Así estuve un tiempo, mientras la luz alumbraba una duda turbadora.
Texto y foto, Virginia
Sólo tendré que sentarme, con el futuro tan cerca se acabaron las preocupaciones, a la vista está.
Texto y foto, Virginia
Polígonos irregulares dispuestos a romper la monotonía y educación de sus primos, los regulares. Rebeldes por naturaleza, no tienen que ver con nada predeterminado, ni ángulos, ni paralelas o perpendiculares. Van a su aire y se mezclan sin prejuicios.
Recordando una caminata de hace ocho años, larga, larga, pero magnífica.
Tendré que volver a la Era de la Abejera, echarme sobre las lajas, olisquear en las rendijas de las piedras, contemplar las estrellas en la noche fría de la montaña. Una chirrera brincará entre las jaras y las altabacas, los capirotes y los petirrojos querrán picotear algún fruto seco que habré dejado a los lagartos. Quizás vea las Pléyades, esas de las que me enamoré tiempo ha, queriendo tatuármelas en un hombro (sin valor para hacerlo al fin), polvo de ellas que soy, de las que los campesinos decían: “Por san Andrés vienen las cabrillas a beber”.
Allí arrumbada, me cantarán las piedras sones antiguos, el relente enfriará mis pies andarines y no dormiré, soñando que duermo sobre una era, mientras el sueño será que las lajas y las estrellas acarician mi cuerpo dormido. Y en el sueño que va y viene, ni duermo ni sueño, solo existo un corto tiempo sobre la historia de los antiguos. Soñar y dormir, dormir y soñar, repeticiones sin fin, sin orden ni concierto, pero ¿qué más da? Allí he de estar, con mi cuerpo dormido y soñando, levitando sobre la Era de la Abejera.
Texto y foto, Virginia
Romeo tiene muchos recursos. Es joven, ágil y no tiene miedo. Si la familia de Julieta cerró el balcón, ya sabe por dónde ha de entrar.
Texto y foto, Virginia
Llegamos al mediodía, nadie nos recibió, sólo vimos unos gatos echados a la sombra de un pequeño olivo, en una esquina del patio.Nos pareció una fortaleza de alguna película, un decorado reciente esperando por el rodaje.
Al atardecer, de los huecos comenzó a salir un rumor musical, una canción ininteligible pero de una placidez asombrosa.
Pasó la noche, seguimos sin ver a nadie. La soledad también nos acompañó al amanecer y, mientras recogíamos nuestros pertrechos, los gatos se asomaron a los huecos, maullando tan angelicalmente que supimos eran sus voces las que habíamos oído. Seguramente eran ellos también los que cuidaban del lugar, por algo se llamaba el Castillo de los Gatos.
Texto y foto, Virginia
Fortaleza en Túnez
Este no era un pez como otros. No. A él no le gustaba el agua, quería tierra, madera, ocres, tejas, calor, nada de azules ni verdes. Nadando sobre una puerta era feliz. Y se maravillaba cuando una mano agitaba el llamador.
Texto y foto, Virginia
Puerta en Túnez
Viví unos años en un país de lengua extraña y signos indescifrables. Sólo pude aprender algunas palabras, todavía recordadas. Era difícil comunicarse y aun así tuve relación con un vecino que casi no hablaba. Yo, por ignorancia y timidez. Él, tanto por su carácter, como por un complejo de joroba que intentaba disimular con un aparatoso abrigo.
¿Qué nos unía, entonces? La contemplación del mar. En esos momentos, el horizonte se nos acercaba y fluía una conversación tan inusual como prolífica. Hasta que un día, inesperadamente, me mostró la aleta caudal que le recorría la espalda. No pude menos que descalzarme para que viera como mis pies se iban palmeando como remos. A partir de ahí, el diálogo se enriqueció y el mar fue nuestro.
Texto y foto, Virginia
Muy contenta y orgullosa de leerme una vez más en una Antología de microrrelatos. En este caso en "Del otro lado del laberinto", bajo la coordinación de Lilian Elphick y acompañada por un numeroso personal de este género, escritoras y escritores valiosos y reconocidos.
Muchísimas gracias, Lilian. A ti, a tu equipo y a la revista Brevilla, que, con tanto acierto y dedicación diriges.
Mi libro sobre La Gomera lo presentamos en dos lugares de la isla.
El 23 de enero en Playa Santiago, con el mar sonando detrás y un ambiente atento y acogedor delante. Ahí me acompaño muy generosamente José Luis Hernández.
Tres meses después y con motivo del Día del Libro lo hicimos en Agulo, con motivo de las fiestas patronales en honor a San Marcos. La presentación corrió a cargo de Puri Gutiérrez, inmejorable Maestra de Ceremonias. En las primera filas los niños y niñas del pueblo, orgullosos de su librito sobre la muy interesante tradición de las hogueras que se realizan en estas fiestas.
Gracias a los Ayuntamientos de Alajeró y Agulo, gracias a la Librería Gara, gracias a José Luis y Puri, gracias a la gente que me arropó, un orgullo y una gran satisfacción.
Cubiertos de oro los campos, no nos atrevimos a recoger tal tesoro, sólo a dormir sobre él.
Soñamos entonces con ciudades lejanas, delfines atravesando el cielo, estrellas marinas que iluminaban las olas, piedras de cuarzo volando cual mariposas y una lluvia de arcángeles, menudos como colibríes.
Al despertar, el oro seguía refulgiendo, pero nosotros habíamos volado con las nubes de la mañana.
Texto y foto, Virginia
Se fueron dejándolo todo. Enseres cotidianos esperan pacientes y rumorosos. Allí los encontré, me susurraban tantas historias que hube de sentarme a su lado, bajo el espejo mohoso y con el polvo caracoleando en la luz del mediodía.
Texto y foto, Virginia
Se despierta confundido, el sol avanza sobre el cielo. Asomado a la ventana busca algún indicio que le muestre el lugar donde renovarse. Pero no, la sombra le señala a él mismo, no tiene escapatoria, debe empezar ya, antes del ocaso y de la noche.
Texto y foto, Virginia
El 22 de marzo celebraremos el 40 Aniversario de la plantación de pinos en el vistoso lugar de Los Cazadores, Fasnia.
Plantados por la Comunidad educativa del Colegio La Zarza, son ahora unos ejemplares hermosos que nos dan sombra y alegría. Allí estaremos familias, profes y alumnado como hace cuatro décadas, también con música y algo que echarse a la boca.
Si quieren participar, es un lugar precioso, con gente cálida de brazos abiertos.
Un secarral donde embadurnarte de ocres. Ahí es donde me encuentro con la tierra y respiro su aroma milenario. Es ahí, justo ahí, donde decido quedarme, a la sombra escueta de las palmeras, en el veril de las gavias o al soco de las rocas.
Es ahí, justo ahí, donde la tierra me acoge porque soy parte de ella.
Texto y foto, Virginia
(Valle de Río Palmas, Fuerteventura)
Unos de los objetos impresionantes -entre otros cientos a cual más asombroso- que podemos contemplar en el Museo del Oro de Bogotá es esta balsa.
Elaborada por la cultura muisca (centro de Colombia) hace más de mil años, es una delicada pieza que representa el acto en que era nombrado el heredero del cacicazgo, al que se le cubría de polvo de oro, al tiempo que arrojaban esmeraldas al Lago Guatavita, como ofrenda a los dioses.
Texto, Virginia
Foto de Internet
Se alonga hasta el espejo. Quiere comprobar si es el mismo de cuando se fue. La imagen que le devuelve es irreconocible, únicamente encuentra el lunar de la mejilla, el mismo que el de su abuela.
Texto y foto, Virginia