El agua brota impetuosa de una cueva en la alta pared que protege la espalda del pueblo. Se tranquiliza mientras atraviesa un lado de la plaza, para derramarse después en un estanque hondo y cristalino.
Hay carteles que dicen: "Esta agua es potable, no bañarse ni arrojar nada".
Baja luego escalonadamente, formando una cascada rumorosa, blanca, vivaz, dando alegría a quienes, embelesados, la contemplamos.
Estamos en Orbaneja del Castillo, que no tiene castillo, pero sí un arroyo de cuento, una cascada de postal y un conjunto de casas muy bonitas, tipo montañés, con balcones donde se cuelgan tiestos y ropa a secar.
En su labor divisoria, el torrente deja a la derecha, La Villa, de hermosas casonas, y a la izquierda, La Puebla, con iglesia y viviendas que suben un rato, entre flores y pequeños huertos.
Situado en el Valle de Sedano (Burgos)y en el entorno impresionante del Cañón del Ebro, el pueblo ha merecido ser nombrado Conjunto Histórico Artístico y uno de los más evocadores del norte de España. Aquí vivieron en armonía cristianos, judíos, mozárabes, e incluso los Templarios levantaron un albergue para los peregrinos del Camino de Santiago.
Tuvo también varios molinos que funcionaban gracias a la energía del agua, venida de un inmenso acuífero subterráneo que con mayor o menor caudal se mantiene durante todo el año. El recorrido del torrente ha ido formando unas terrazas de toba que ralentizan la fuerza del agua, a la vez que ayudan a crear nuevas pequeñas cascadas y pozas de agua transparente, donde lo más que quisiéramos es sumergirnos un rato, antes de que se funda con el Ebro, algo más abajo.
Otro espectáculo que nos regala Orbaneja lo observamos enfrente: un conjunto de estructuras calcáreas con siluetas de torres, almenas y arcos, que desde lejos parecen las ruinas de algún edificio gigantesco. Son formaciones kársticas producto de la antiquísima orografía de la zona, con origen de sedimentos marinos en la era Cretácica (unos 85 millones de años), lo que ha creado innumerables desfiladeros, cañones y galerías de larguísimo recorrido, como las de Ojo Guareña (más de 100 kilómetros), que, aunque no pertenece al Valle de Sedano como la localidad que nos ocupa, sus materiales calizos son de la misma época.
Pasar unos días en esta localidad es un placer grande, por encima de cualquier otro sonido, el del agua cayendo sin fin es una música que ya quisiéramos oír cada día, un concierto refrescante que nos lleva al origen del mundo.
Texto y fotos, Virginia