Hay naufragios que no son marinos y, sin embargo, el mar nos trae alguno de sus restos. En la catástrofe medioambiental del reciente incendio en los montes de Tenerife, las cenizas volaron lejos y el mar las acunó un tiempo, acariciando con agua y sal sus pieles renegridas.
Ahora nos las trae y se nos eriza la piel viendo las colinas cenicientas en la orilla, las líneas de madera quemada, el gris que nos llevamos en las plantas de los pies y que no hemos de quitarnos como recuerdo del fuego.
Un naufragio de pinos, brezos, jaras, corazoncillos, escobones, codesos, líquenes. La muerte de pinzones, herrerillos, picapinos, infinita variedad de insectos. Nada de eso se ve en las cenizas, solo un crujir bajo nuestros pasos, un lamento sutil y doloroso, depositado por las olas como un recuerdo indeleble.
Texto y fotos, Virginia