Mi gato no tiene prejuicios. Lo mismo duerme en
una caja encontrada en la basura, que reposa plácidamente sobre una manta
agónica. Se esconde en el envoltorio de la tele o juega con la rama seca de un
árbol callejero.
Ya quisiera yo poseer esa flexibilidad sin
complejos. Ay, gato, siempre enseñándonos.
Texto y fotos, Virginia