martes, 12 de noviembre de 2019

Fascinante soledad




En los altos de Adeje y Guía de Isora, un territorio amplio desde las medianías a la cumbre y cruzado por varios barrancos, resulta fascinante cuando encontramos unas pocas casas solitarias de piedra y tejas, muy alejadas unas de otras, con techo a dos aguas, elementales construcciones de estancias mínimas, cañizo en el interior y algún patio asocado a resguardo del viento.




Aprendí hace muy poco que por esos pagos existió un tipo de explotación llamada “partidos de tierra y criazón”, donde anduvieron – poco después de  la conquista y hasta mediados del s.XX- pastores de ovejas y cabras, sufridos medianeros de pudientes señoríos, familias ocupadas en labores ganaderas y en el cultivo de terrenos inmensos de cereal, y también, algo muy usual en esos tiempos, la subida a lo alto buscando mejores pastos en tiempos secos.














Con certeza, los todopoderosos dueños (apellidados Ponte, Ximénez, Lugo, Coba, Valcárcel, Soler o Gordejuela) nunca caminaron entre Chindia y Teresme, al borde del barranco de Guaría, por las chapas labradas de Iserse o debajo de Tágara, sorteando los miles de muretes que festonean el paisaje crudo y espléndido de esta zona. No sabrían de las excelencias del fondo de un barranco donde reluce un chaboco, de los nateros donde plantar un castañero, o del pequeño y misterioso ere que da de beber a las cabras.
















Tampoco yo sé mucho de todo eso, pero me dejo acunar por la canción de un viejo círculo de piedras por si me regala el eco de un eco. Entro en una casa de esquinas recias, me siento en un goro o en el poyo al pie de la puerta. Unos y otras me enseñan una vez más de la vida que pasó, esa que nos envía un soplo de energía si estamos en disposición de apreciarla.



Texto y fotos, Virginia