miércoles, 10 de abril de 2019

Vila Real de Santo Antonio



Va lento el Guadiana a su paso por Vila Real, sabe que en nada se despide de los pueblos y las gentes que lo han acompañado desde su nacimiento. Le quedan unos cientos de metros para diluirse en el mar, así que se entretiene en su final. Vila Real le ofrece su plaza espaciosa, por si quiere tumbarse al sol. Pero no, el río sigue y Vila Real se queda con las calles a cordel, la iglesia y sus adoquines  blancos y negros bajo nuestros pasos.



Inicialmente un pueblito de pescadores arrasado por el terremoto de Lisboa de 1755, fue reconstruido en su totalidad con las ideas progresistas del Marqués de Pombal, el renombrado político con mente de la Ilustración. 

La villa está trazada a cuadrícula y con ideas prácticas. La plaza, al centro, con un monolito que recuerda al rey José I, y la Iglesia de la Encarnación en uno de los lados, está rodeada de manzanas de casas, con estructuras parecidas, si bien las más cercanas a la iglesia presentan un estilo más noble que el resto. 
En los otros dos lados, están la Casa de Cámara Municipal y la Casa del Cuerpo de Guardia, construcciones que miran al obelisco y se recrean los días de feria con el mercadillo de “velharias” plantado en la plaza una vez al mes.



Al borde del río se planearon varias naves donde acoger y conservar los productos que traían los barcos, pues era éste uno de los objetivos de la reconstrucción, convertir la villa en un centro conservero que diera ocupación a la población, al tiempo que daba salida al pescado de la zona. Esas naves tienen ahora otros destinos, con sus frentes mirando al río y viendo pasar los variados tipos de barcos, muchos que se dirigen a las playas, a la zona de marismas (un lugar protegido para descanso y nidificación de aves migratorias) o tal vez únicamente desean acompañar al Guadiana en su adiós.


Algo que llama la atención es que la estructura reticular   llamada “trazado pombalino” -usada de igual forma en la Baixa lisboeta- tiene unas calles en dirección Norte/Sur y las otras Este/Oeste, conteniendo 41 manzanas, todas edificadas y mantenidas en su estilo original, lo que le presta a la villa un encanto peculiar. 
Si a esto le sumamos la rica gastronomía, la calidez portuguesa, el clima agradable y la posibilidad de compras, no podemos sino estar motivados a visitarla, pisando sin prejuicios los pequeños cantos portugueses, tan bien elaborados, que parece imposible engalanen los suelos de pueblos y ciudades de todo Portugal, una seña humilde pero inconfundible de la identidad del país.




Vila Real de Santo Antonio descansa al sol, dialoga con el río y espera que pisemos sus calles en blanco y negro, apaciblemente, solo por regodearnos en un lugar creado gracias al pensamiento culto de una época que parece murió y no ha de volver.




Texto y fotos, Virginia