domingo, 10 de diciembre de 2017

LOMO CORTO




Llegamos a Lomo Corto después de dos horas de subida. No resulta cansado pues el camino es fantástico, no porque sea fácil, sino por las increíbles piedras que lo jalonan, bien a un lado, bien a otro, incluso en ambos; lajas enormes, clavadas en la tierra o amontonadas en batería, como si no costara encontrarlas, labrarlas, trasladarlas. Otra particularidad son las vistas continuas de los barrancos, las montañas cerca del circo de Las Cañadas o un amplio panorama del suroeste de la isla.



















El sendero está adornado de muchas plantas: jaras, escobones, picapica, lavándulas, incienso, pinos de tanto en tanto, muchos almendreros y algún que otro castaño. Dejando El Choro (subiendo por Acojeja), y por un camino fresco y sombrío, se llega pronto a una casita pequeña en lo alto de una loma, que en la parte trasera tiene lo que parece un pasil, cosa que no sería rara dada la cantidad de higueras que también se ven. 


















Saliendo de aquí se transita por el camino al que me refería antes, un cauce bien pensado que va sorteando chapas y riscos, cerca del Barranco del Pozo, delimitado en gran parte de su extensión por hermosas lajas medio anaranjadas, otras grises o marrones, y también unos buenos tolmos de piedra sin trabajar. Mientras camino, pienso una y otra vez en este trabajo ímprobo, ausente de medios y recursos adecuados. Vale la pena hacer el recorrido únicamente por ver esta línea casi ininterrumpida directa a la cumbre, sin que pudiéramos alcanzar donde acaba, pues en un rato largo, se coge a la izquierda pasando por una galería ya abandonada, el Saltadero de Aguilar; sigue luego la vereda que baja hasta El Jaral, mas nosotros –en poco- hemos de subir hacia la casa de Lomo Corto, y aunque no existen señales ni trazas de camino, se intuye entre la vegetación, bastante densa.


Es muy gratificante llegar hasta allí, con vistas increíbles desde la estancia principal, alongada a la ventana, mientras los pies descansan en el piso de madera, de tea seguramente. De tea deben ser igualmente las puertas que aún le quedan y el fabuloso dornajo que ocupa un cuarto de piedra seca. Tiene la casa tres buenas habitaciones, un alpende a un lado, un recinto para animales, preciosas piedras labradas en las esquinas o sirviendo de escalones. En las inmediaciones, un horno de tejas, muy deteriorado, y otro más pequeño (el tradicional de estas zonas), para higos y pan. No podía faltar la era, bien conservada, a pesar de la colonización de hierbas y arbustos.




Lomo Corto no queda cerca, pero regresaré solo por acariciar algunas de las lajas del camino, por asomarme a la ventana y por sentarme junto a la puerta; allí, sobre las piedras y en silencio, quizás escuche el rumor de la vida que ya no está, mientras en el cielo, las nubes pasan de largo como ya hicieran mucho antes del camino, de la casa, del dornajo y de los hornos; antes de la sendas, los mojones, los muretes y la gente. Gente que habitó un lugar puro y lejano como Lomo Corto, allá arriba, sobre una morra entre dos barrancos.





 Texto y fotos, Virgi

Diciembre 2017