En el colegio lo apodaron “el Bichos” porque cada día traía alguno a clase, como aquella vez que nos mostró una sutil telaraña colgando de las gafas o cuando paseó un escorpión sobre los hombros.
Otro día nos enseñó como en su estuche, en vez de lápices, afiladores y gomas, vivían unas enormes hormigas rojas a las que daba trocitos del desayuno.
Las orugas de los jardines no tenían secretos para él, los grillos frotaban los élitros para saludarlo y hasta las ambarinas cucarachas lucían tiernas en sus manos.
Como era de esperar, se hizo un entomólogo famoso, recorrió selvas y estepas, montañas, sabanas y bosques. Fue a morir cruzando una calle, deslumbrado por unas luciérnagas inmensas, que no supo identificar bien y que no figuraban en sus numerosos tratados sobre insectos.
Texto y foto, Virgi