Se fueron dejando atrás los zapatos. Uno de cada par junto a una bacinilla oxidada. Una mujer, un hombre, quizás una adolescente también. En la cueva polvorienta quedaban otras pocas cosas: una sartén, la tapa de un caldero, unos sacos roídos, un tenedor, esquirlas sucias de vasos y platos.
Alguien los colocó sobre una lasca de piedra, un sutil escaparate de penalidades a través del tiempo. Un muestrario casi humano, al que únicamente (y ya sería mucho y excepcional) le falta la otra mitad, con su piel y su sangre, sus huesos y sus andares.
Una exhibición tierna y triste, la evidencia de lo mínimo, la sufrida vida de quienes nos precedieron.
Texto y foto, Virginia