Pensaba en la novela de Jean Giono, tantos árboles, tantos.
Aunque solo disponía de un pequeño balcón y un patio interior, cubrió ambos con enormes macetones sembrándolos de innumerables plantas.
Pasado el tiempo, laureles y olmos cubrían las paredes, lianas cruzaban el salón, vistosas enredaderas se enroscaban en las puertas y era el suelo una amalgama de líquenes, florecillas y musgos relucientes.
Se había inspirado en un libro y ahora era Tarzán en la película de su infancia.