martes, 3 de mayo de 2022

Erque y Erquito, La Gomera


La existencia del topónimo Erque - con sus variantes Erques, Erquito, Herques- está asociada a profundos cortes en el territorio, tanto en Tenerife como en La Gomera. En la primera, el vasto cauce que separa Adeje de Guía de Isora, y también el que divide a Güimar de Fasnia, muy conocido desde antiguo por haber albergado la mítica Cueva de las Mil Momias, referencia ineludible en el estudio del mundo guanche.

En La Gomera, el barranco de Erque marca uno de los espacios más impactantes de la isla, por su profundidad y grandioso paisaje. Parte ya con altanera personalidad desde el centro de la isla, por una cara de la Fortaleza de Chipude, hasta desembocar en La Rajita. En las laderas, se posan los caseríos de Erque y Erquito como aguilillas seguras en su territorio, por más que nos cueste entender las razones de ese posado milagroso. Y es que es el agua, líquido primigenio, el motivo elemental para vivir y existir en estos lugares tan apartados. 

Los nacientes que vienen de los umbrosos montes gomeros, alimentaron una agricultura de terrazas que hoy se nos presenta admirable. Dio también el agua la posibilidad de que crecieran árboles generosos como el moral, que regalaron sus hojas para alimentar gusanos de seda. Sí, en Erque y Erquito - indudables topónimos aborígenes- se trabajó la seda, algo impensable si no es que nos lo cuentan las crónicas. En rincones de extrema lejanía, hubo telares y gente que elaboraba delicados paños que, quiero pensar, no usarían para moverse subiendo y bajando cuestas, regando con métodos elementales, pastoreando entre riscos mareantes. 




Las gentes que han vivido en Erque y Erquito en sus modestas casas de piedra poseían agua, cereales y árboles, frutales, cabras, pero estaban casi aislados entre los riscos imponentes, la hendidura  profunda y, por debajo, en el veril de la costa abrupta, el océano como un manto azul. Precisamente fue la benevolencia de los manantiales boscosos el motivo de un litigio entre el poder y los campesinos, en la primera mitad del siglo pasado. El primero, queriendo adueñarse para sus propiedades del regalo de la Naturaleza. Los segundos, en la consecución de sus derechos consuetudinarios, no en vano usaban el agua desde tiempos antiguos, tanto para regar las huertas como fuerza motriz para unos molinos rudimentarios existentes en ambos caseríos. Como suele pasar, el pleito se resolvió más a favor de los ricos que de los humildes, con lo que tuvieron menos agua de la que necesitaban para sus cosechas. Es por esa razón (aparte de las sequías en varias temporadas) que el valle se fue despoblando y el precioso palmeral, parejo al de Tazo, retrocedió notoriamente.


Hay que acercarse a Erque y Erquito por una carretera sinuosa de trazado alucinante para vislumbrar casitas, pajeros, paredes y el trabajo ímprobo del campo, en forma de escalinata hecha de piedras, tierra y vegetación. Allí siguen, posados como rapaces al filo del abismo, una estampa sobrecogedora imposible de olvidar.




Texto y fotos, Virginia