En plena Edad Media, hace siete, ocho, nueve siglos, surgió un movimiento femenino admirable: el de las beguinas, mujeres extraordinarias en un mundo donde solo eran consideradas para ser madres, esposas, monjas o sirvientas.
Con una espiritualidad profunda, pero enemigas de la línea que marcaba la Iglesia -dominante, opulenta, cerrada-, algunas mujeres (tanto viudas como solteras) se reunieron en comunidades llamadas "Beguinarios". Eran autónomas, ya que vivían de trabajos manuales y de cuidar a enfermos o ancianos. Muchas de ellas tenían algunos estudios y enseñaban a criaturas sin medios. Otras escribieron sobre temas místicos, como Hadewijch de Amberes, Beatriz de Nazareth o Matilde de Magdeburgo. Trágico fue el destino de Margarita Porete, pues murió quemada en 1310 por negarse a renunciar a sus ideas y escritos.
En numerosas ciudades de Flandes, Alemania y Francia establecieron las congregaciones, un logro que, vista la época de guerras, conflictos religiosos y nula independencia femenina, destaca sobremanera y no es suficientemente conocido.
Como suele ocurrir en estos casos, los poderes fácticos no las veían con buenos ojos, al no estar integradas en ninguna organización de la época, eran "versos libres" y en varias ocasiones fueron investigadas. Gracias al apoyo social que habían ganado por sus labores benéficas, pudieron sortear las críticas, aunque no siempre con suerte, tal fue el hecho ya nombrado (y algunos otros) de Margarita Porete.
Pasear por alguno de estos beguinarios, como los que he visitado en Brujas y Lovaina, es una experiencia necesaria y estimulante. Estas mujeres circulaban a su antojo y podían casarse o abandonar la comunidad si lo deseaban. En el Beguinario de Lovaina llegaron a vivir más de trescientas beguinas, toda una isla femenina entre los muros de la ciudad.
Actualmente estos complejos son Patrimonio de la Humanidad y en algunos casos se usan como alojamientos para profesorado universitario.
Texto y fotos, Virginia