miércoles, 11 de octubre de 2023

Flechazo al borde del río

 

¿Qué tiene un lugar para cautivarnos a primera vista?


Sin ningún esfuerzo se presenta ante mis ojos Liubliana, la inquieta capital de Eslovenia. Una de las ciudades más verdes del continente, pequeña y muy cuidada, con el castillo que la protege desde lo alto y un río orillado de árboles y ramas acariciando el agua que pasa y no ha de volver.






Calles peatonales, tiendas, restaurantes y galerías de arte, edificios renacentistas, los más, barrocos, neoclásicos, modernistas. Varios puentes desde los que contemplar el reflejo del cielo al ocaso, unos patos veloces y barcazas con turistas.





Quizás estemos alongadas al Puente de los Dragones, emblema de la ciudad. O tal vez al de los candados (antes, Puente de los Carniceros), pendientes de que no se resquebraje, tal es el peso que debe soportar. Y no exagero. Haciendo un cálculo rápido, es posible que cuelguen más de veinte mil de los cables de acero que, esforzadamente, los sustentan, ¡ay, el amor, empeñado en ser eterno!




Cruzaremos una y otra vez el Puente Triple, denominación dada después de que Joze Plecnik (1872-1957) añadiera una pasarela a cada lado de la ya existente, sin saber que se convertiría en un reclamo para los visitantes. Mencionado como Arquitecto Nacional Esloveno por sus numerosas obras en el país y en otros de Centroeuropa, fue un fecundo creador, dándole al río Ljubljanica la consideración de eje urbanístico. Su Puente Triple nos conduce a los pies del poeta France Preseren, figura eminente de las letras y que da nombre a la plaza más concurrida de la urbe.


 

El lugar es de los que no nos cansamos de patearlo, aprovechando los pasadizos medievales -que aún se mantienen en pie a pesar de los terremotos de 1511 y 1895- para zigzaguear entre Cirilmetodov Trg, Mestni Trg, Stari Trg, Gallusovo Nabrezje, Cankarjevo Nabrezje. Nombres impronunciables y de difícil recuerdo, pero, sin embargo, atractivos como los trabalenguas con los que nos retábamos en la escuela.

 



 


 

Un ambiente sereno y a la vez vibrante se respira en la multitud de terrazas que jalonan tanto los márgenes del río, como las situadas en el centro histórico. En el antiguo mercado, obra también del susodicho arquitecto, se sirven ahora contundentes sopas y delicados postres. En los aledaños, la Plaza Trznica, con puestos de verduras y frutas, quesos, embutidos, flores, ropa, artesanía.



 

Y la frágil sorpresa del Museo Nacional: el instrumento musical más antiguo del mundo. Una flauta de hueso con dos agujeros nos conduce cincuenta mil años atrás. Encontrada dentro de una cueva en 1995, cerca de la localidad de Cerkno, si pudiéramos soplar por ella nos envolvería una tonada elemental y emocionante, la del Neanderthal que la hizo sonar, sin saber que todavía ahora, su melodía flota como una protección fantasmal, inaudible pero cierta. A fin de cuentas, ¿será esa la fascinación de Liubliana?



Texto y fotos, Virginia