Entre los libros que he leído
últimamente, sobresale poderoso, “Ropero de la infancia”, de Patrick Modiano, a
quien reverencio sin fisuras. Como hace una y otra vez el autor, deslía y lía
la madeja de sus vivencias, nombrando gentes y lugares, pero siguiendo siempre
un hilo fino y sutil, tanto, que pareciera que él mismo se distrae contándonos
otras cosas. Mas no, en los rompecabezas delicados de sus obras, brilla una
especie de magia que, de pronto, cuando menos lo esperamos, hace aparecer ante
nosotros el corazón palpitante de la novela.
Bueno, en su caso decir “novela”
no es exacto, pues juega el escritor más que con una trama, con todo un cúmulo
de recuerdos, sensaciones y flashes intermitentes que matizan sus obras y nos
conducen por un páramo insólito e inesperado, festoneado de fantasmas veraces,
fantasmas de su infancia y juventud, personajes misteriosos, unos de vodevil, otros
vividores, mujeres excéntricas, hombres
de vidas oscuras y negocios negros, o como en este caso, una niña que nunca
volvió a ver y con quien tiene una deuda que lo tortura.
Modiano en estado puro, poco
más de ciento treinta páginas que acabo con ganas de empezarlo otra vez.
Otro libro que me pasó una
amiga, “La balada de Iza”, de Magda Szabó (escritora húngara fallecida en
2007), cuenta una historia triste, de esas que dejan un poso de melancolía, pues
sientes que ninguno de los personajes
vive con un mínimo de felicidad. Es una narración centrada en una madre recién
enviudada y su hija, doctora en Budapest.
La madre, apegada a sus costumbres de
pueblo, ahorradora, educada, tranquila. Iza, la hija, crecida durante los años
del comunismo, es responsable, trabajadora, recta, estricta. Los desencuentros
entre una y otra, el afán de la hija porque su madre esté cómoda en un lugar
que no es el suyo, el deseo de la otra por agradar a su hija, viviendo sin sus
pequeñas cosas de siempre, la ciudad inhóspita…todo un cúmulo de detalles van
tensando la cuerda entre ambas. Iza, admirada por sus padres, vecinos y
colegas, llega incluso a caernos antipática, aún cuando cumple su misión filial
con extrema dedicación. Pero así como sus contornos están bien definidos, el
interior está plagado de dudas, miedos, insatisfacciones. Cerca, muy cerca,
Antal, su ex marido merodea dulce y atento, pendiente de la madre a quien
profesa un gran cariño.
Una historia que muestra el
complicado mundo familiar cuando los hijos se independizan, pero se sienten en la obligación de cuidar a
sus progenitores, sin que ni unos ni otros sepan encontrar el punto común que
tuvieron alguna vez y que quizás nunca existió.
Christopher Morley escribió
“La librería ambulante” en 1917, yo la descubrí casi un siglo después y he
vuelto a releerla hace poco. Tal era el recuerdo dulce y entrañable que tenía, que sólo pensarla me
salía una sonrisa placentera. Así es esta novela, un libro de carretera o una
carretera llena de libros, o mejor, un carromato que va dejando libros en las
granjas americanas de principios del s. XX, en una suerte de alegoría del
reparto del bien a través de una mujer que, cansada de sus labores, arriesga
los ahorros para recorrer estado tras estado, acompañada por un caballo y un
perro. Una obra considerada clásica en las letras norteamericanas, deliciosa y
embaucadora. Un homenaje sencillo y transparente a la afición a la lectura, a
la libertad y a unos valores ya casi desaparecidos.
Con decir que el carromato se
llama “Parnaso”, que también surge el amor en algún recodo del camino y que
hay –vuelvo a repetirlo por si no se ha notado- libros, muchos libros, ya he
dicho una parte importante de este pequeño y sencillo tesoro de la literatura,
que con certeza gustará a todo el que lo lea.