Sin musas
Allá se fue el niño, a buscar
la gallina más rozagante para un buen caldo. No sabía que en el camino de su
casa al campo, un pintor esperaba por las musas. Así como el chico no pensaba
en encontrarlo, tampoco el artista podía imaginar unos ojos tan puros y
penetrantes en un cuadro real al borde del sendero.
Quedóse el niño largo rato
ante los botecillos de óleo, la bata olorosa, los pinceles variados, la silla
manchada. Se paró en seco el hombre, viendo la tez sana, los tirantes cruzados, el sombrero holgado que posiblemente le sirviera de eventual jaula,
las plumas rutilantes bajo el sol del verano.
Y he aquí que por arte de
birlibirloque, siguió el niño ensimismado en los útiles del artista y éste,
prendado de aquel instante que no volvería a vivir. Así que lo aprovechó todo:
la gallina y su cresta de fuego, el sombrero quizá del abuelo, las mejillas
sonrosadas, el cacareo feliz del ave que
ya se sentía inmortal, la pose natural, algo ajena, de un muchacho cumpliendo
un mandado. Esbozó el cuadro y marcó con relevancia los ojos negros y
la mano firme. Una diagonal de fuerza cruzó el espacio, y allá regresó el niño
con su animalito robusto y el encargo cumplido. Y allá se fue el pintor, cierto
y seguro de que no fueron las musas quienes lo inspiraron, sino la mirada de un pequeño dios de los campos.
El
chico de la gallina
(1913)
Manuel Benedito Vives
Museo Carmen Thyssen
Málaga
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