Caía
un fisco de posma, unas gotas como atontolinadas, malamañadas. Los firringallos
que jugaban en los monturrios poco caso hacían, hasta que no oyeran una buena
barranquera no iban a dejar los boliches, el trompo, ni la pelota atrabancada
que escondían entre las vinagreras
Gritó una voz encochinada:
¡Toñín, ven pa’ casa de una vez, que me tienes harto, eres un jocicudo que hace
lo que le parece, anda presto que tienes a los baifos desatendidos!
Oír “baifos” y salir enfoguetado
fue todo uno ¡con el cariño que les tenía y jugando se distrajo del
atendimiento! Allá fue, como un saltaperico, saltando de tosca en tosca y
agarrando flejes de tederas pa' engolosinar a cabras y baifitos.
Se llegó hasta la gambuesa y los
animales se le arracimaron bien contentos, son agradecidos estos condenados,
pensó, mientras la sorimba continuaba cayendo y se aguarecía en el goro ¡ay!
aquí me quedaba yo calentito, por no oír el guineo de mi padre.
Texto y fotos, Virginia