De las diez ciudades
que se asociaron sobre el año 60 a. C. para fortalecer la influencia de la
civilización grecorromana en la zona del Mediterráneo oriental, Jerash (o
Gerasa) es la que conserva un mayor número de edificaciones, en un vasto
terreno al que habremos de dedicarles un largo tiempo si queremos conocer todo
lo que contiene.
Entrando por el
grandioso Arco de Adriano, levantado en su honor y actualmente a la mitad de la
altura original, vamos encontrando numerosos restos de variadas construcciones,
como el hipódromo, todavía utilizado en algunas festividades. Más adelante, la
Puerta Sur, entrada al Cardo Máximo, vía principal en las ciudades romanas, que
conduce a la luminosa Plaza Oval, rodeada de columnas y de origen griego. Un
espacio sorprendente donde no nos cuesta imaginar celebraciones
multitudinarias, tal vez dándole la bienvenida a algún mandatario
relevante, como al propio Adriano, personaje eternizado literariamente en
el extraordinario libro de Marguerite Yourcenar.
Seguiremos por la
misma vía, pavimentada como sólo los romanos supieron, con columnas a ambos
lados y otras construcciones, como el Ninfeo, o las escaleras al soberbio
Templo de Artemisa. El Cardo continúa, se cruza con el Decumanus (la otra
vía importante) y avanza hasta la Puerta Norte o de Damasco. Algo
antes nos desviamos para entrar en un coqueto teatro, muy conservado.
Andando unos pasos - y aunque seguramente se nos han quedado otras cosas- la vista se nos va al Templo de Artemisa, de columnas enormes y capiteles corintios, hechas a prueba de terremotos, con una técnica que después de dos mil años vuelve a admirarnos. Pasamos luego por los restos de una iglesia bizantina, trozos de columnas y arquitrabes, basamentos desperdigados, cornisas con adornos.
Retirados, se ven tramos de la muralla que rodeaba la ciudad y otro teatro donde un árabe toca la gaita como si estuviéramos en Escocia (reminiscencias del colonialismo) aprovechando la acústica perfecta del recinto. Acabando el recorrido, el Templo de Zeus nos deja de nuevo en la Plaza Oval, allí donde confluyeron tropas y senadores, matronas, tenderos, sacerdotes y algún emperador llegado de la lejana Roma. Ahora solo hay turistas bajo el sol ardiente de Jerash, pero no me importa ser una más entre los cientos de visitantes, nadie sabe que me veo de romana con estola, cinturón y sandalias, viniendo de comprar en una taberna o saliendo de los baños.
Estoy en la Jerash
de hace dos mil años y me lo puedo permitir.
Texto y fotos, Virginia