viernes, 14 de enero de 2022

Jerash, poderosos romanos

 

De las diez ciudades que se asociaron sobre el año 60 a. C. para fortalecer la influencia de la civilización grecorromana en la zona del Mediterráneo oriental, Jerash (o Gerasa) es la que conserva un mayor número de edificaciones, en un vasto terreno al que habremos de dedicarles un largo tiempo si queremos conocer todo lo que contiene.

Entrando por el grandioso Arco de Adriano, levantado en su honor y actualmente a la mitad de la altura original, vamos encontrando numerosos restos de variadas construcciones, como el hipódromo, todavía utilizado en algunas festividades. Más adelante, la Puerta Sur, entrada al Cardo Máximo, vía principal en las ciudades romanas, que conduce a la luminosa Plaza Oval, rodeada de columnas y de origen griego. Un espacio sorprendente donde no nos cuesta imaginar celebraciones multitudinarias,  tal vez dándole la bienvenida a algún mandatario relevante, como al propio Adriano, personaje  eternizado literariamente en el extraordinario libro de Marguerite Yourcenar.

Seguiremos por la misma vía, pavimentada como sólo los romanos supieron, con columnas a ambos lados y otras construcciones, como el Ninfeo, o las escaleras al soberbio Templo de Artemisa. El Cardo continúa, se cruza con el Decumanus (la otra vía importante) y avanza hasta la Puerta Norte o de Damasco. Algo antes nos desviamos para entrar en un coqueto  teatro, muy conservado.


Andando unos pasos - y aunque seguramente se nos han quedado otras cosas- la vista se nos va al Templo de Artemisa, de columnas enormes  y capiteles corintios, hechas a prueba de terremotos, con una técnica que después de dos mil años vuelve a admirarnos. Pasamos luego por los restos de una iglesia bizantina, trozos de columnas y arquitrabes, basamentos desperdigados, cornisas con adornos.



Retirados, se ven tramos de la muralla que rodeaba la ciudad y otro teatro donde un árabe toca la gaita como si estuviéramos en Escocia (reminiscencias del colonialismo) aprovechando la acústica perfecta del recinto. Acabando el recorrido, el Templo de Zeus nos deja de nuevo en la Plaza Oval, allí donde confluyeron tropas y senadores, matronas, tenderos, sacerdotes y  algún emperador llegado de la lejana Roma. Ahora solo hay turistas bajo el sol ardiente  de Jerash, pero no me importa ser una más entre los cientos de visitantes, nadie sabe que me veo de romana con estola, cinturón y sandalias, viniendo de comprar en una taberna o saliendo de los baños.

Estoy en la Jerash de hace dos mil años y me lo puedo permitir.


Texto y fotos, Virginia