
Aún no tenía dieciocho años cuando ví “La vergüenza”, de Bergman. Era un cine de pueblo, un día entre semana, yo sola rodeada de hombres que reían y bromeaban a costa de la película. Fue mi primera experiencia como espectadora de un cine diferente, que llamó a la puerta de mis inquietudes, con la intuición de que aquellas secuencias tenían mucho más de lo que mi juventud alcanzaba a entender.
En el camino que, paso a paso, recorrí a partir de entonces, han sido muchos los títulos que me han dejado su huella, mientas yo descifraba códigos, secuencias, diálogos, imágenes.
Me confundí con los Cuentos de Canterbury, aluciné con Blow Up, no entendí El 7º sello, ni El manantial de la doncella, pero sí Secretos de un matrimonio. Apoyé a Dillinger mientras bailaba con Isadora, rindiéndome a la lucidez de El Ángel exterminador y El Sirviente. Sonreí con el cine francés en La genou de Claire, La mujer de al lado, Los 400 golpes, Las cosas de la vida. Sufrí con Grupo salvaje y me chifló Fellini.
Lilí Marlen y todo Fassbinder, Wenders con El amigo americano y En el curso del tiempo me abrieron a un mundo desconocido. Lo importante es amar, maravilloso Zulawski, que me llevó a enamorarme a un tiempo de Fabio Testi y de Romy Schneider.

Lloré con Ladrón de bicicletas, La lengua de las mariposas, Las tortugas también vuelan y envidié la libertad de Easy Rider.

Con El hombre de la manivela, Iván el terrible, Días del cielo, En la ciudad blanca, volé a lugares nuevos. Volví a llorar en Casablanca, siempre, una y otra vez. Impactantes fueron Memento, El Gatopardo, Ran, Los 7 samurais, Sorgo rojo, El club de la lucha.
Otras veces, reía y reía con To be or not be, Una noche en la ópera, El apartamento, Con faldas y a lo loco. En el intermedio, sufrí de nuevo con La noche del cazador y Los pájaros. Me recuperé con La diligencia y Río Bravo.
Quedé encantada con Man on wire, Las chicas de la lencería, Nueve reinas, La estrategia del caracol, The visitor, La pizarra, El marido de la peluquera, Fargo, Taxi driver, El amante, Subway, La linterna roja, Deseo/peligro, Irina Palm.

Recorro casi cuatro décadas de mi vida con el cine y las imágenes se superponen, formando un puzzle que ahora compongo, para paladear uno de mis platos preferidos, aún cuando los senderos de la vida no me permitan acudir al cine como yo quisiera.