Colgué luego una estrella. Su luz mortecina atraía las mosquillas.
Algo más tarde, encontré unas bolas doradas. El brillo era opaco, con grietas por donde salía el plástico de las entrañas.
Lo rodeé de hilos de plata, regalo de la luna nueva. Se quebraron como hojas de otoño. Acurrucado en las ramas, sonreía burlón un gnomo de barba larga y cachetes sonrosados. Cuando quise atraparlo, se escabulló entre las grietas de la corteza. Hastiada de tantos inconvenientes, salí a la calle.
Y allí estaba, floreciendo para mí, solsticio de invierno con escamas de sol.