domingo, 2 de agosto de 2020

Goreé, no olvidemos la ignominia



Se calcula que unos 20 millones de personas salieron desde Gorée, una minúscula isla en las proximidades de Dakar, en los tiempos de las colonias y la esclavitud. Igualmente, alrededor de otras seis millones murieron allí, la mayoría tiradas directamente al mar, por no reunir las condiciones físicas que los esclavistas consideraban indispensables para su comercio.



Ahora, Gorée es un diminuto paraíso de sol, buganvillas y balcones frente al azul oceánico. Hasta hace un siglo, un lugar de sufrimiento y horror que se manifiesta palpablemente en la Casa de los Esclavos, un espacio doloroso, del que no se sale indemne. De un lado, una escalera que quisiera ser algo regia; del otro un sendero al embarcadero donde, durante al menos trescientos años, transitaron niños, mujeres y hombres camino de una existencia desgarradora. La casa desprende un sufrimiento que pone los pelos de punta. Unos pocos grilletes, algunas cadenas, habitaciones ínfimas para los niños y alejadas de las de sus madres para que no los oyeran llorar. Si los adultos no tenían el peso adecuado los alimentaban a la fuerza para no perder nada del negocio. Incluso así, los tiburones  rondaban las orillas, felices por tener a alimento fresco a diario.




Senegal es un país subyugante, de gentes cordiales, rebosantes de música y deseos de amistad, con ciudades disparatadas como Dakar o divinamente coloniales como St. Louis, costosas de llegar como Tambacounda y Ziguinchor, y otras al borde del caudaloso río Senegal, como Podor, pequeña pero importante en un tiempo por ser lugar de negocios, tanto de valiosos productos como de seres humanos.

Pero nada como Gorée, no ya por su monstruoso pasado, que debiera repelernos -pues nos recuerda quienes hemos sido y aún podríamos ser-, sino por lo seductor que resulta encontrar los semblantes abiertos y sonrientes de las criaturas que juegan, brincan y se sumergen cerca del muelle, con una sonrisa tan amplia, que seguro no conocen el pasado que les cuenta la arena donde se secan al sol del trópico.


Y si lo saben, prefieren ser felices, su alma les dirá que es la mejor forma de cicatrizar las heridas.






Texto y fotos, Virginia

Excepto la imagen de Goreé, sacada de la red

Julio 92