Se calcula que unos
20 millones de personas salieron desde Gorée, una minúscula isla en las
proximidades de Dakar, en los tiempos de las colonias y la esclavitud.
Igualmente, alrededor de otras seis millones murieron allí, la mayoría tiradas
directamente al mar, por no reunir las condiciones físicas que los esclavistas
consideraban indispensables para su comercio.
Ahora, Gorée es un
diminuto paraíso de sol, buganvillas y balcones frente al azul oceánico. Hasta
hace un siglo, un lugar de sufrimiento y horror que se manifiesta palpablemente
en la Casa de los Esclavos, un espacio doloroso, del que no se sale indemne. De
un lado, una escalera que quisiera ser algo regia; del otro un sendero al
embarcadero donde, durante al menos trescientos años, transitaron niños,
mujeres y hombres camino de una existencia desgarradora. La casa desprende un
sufrimiento que pone los pelos de punta. Unos pocos grilletes, algunas cadenas,
habitaciones ínfimas para los niños y alejadas de las de sus madres para que no
los oyeran llorar. Si los adultos no tenían el peso adecuado los alimentaban a
la fuerza para no perder nada del negocio. Incluso así, los tiburones rondaban las orillas, felices por tener a
alimento fresco a diario.
Senegal es un país
subyugante, de gentes cordiales, rebosantes de música y deseos de amistad, con
ciudades disparatadas como Dakar o divinamente coloniales como St. Louis,
costosas de llegar como Tambacounda y Ziguinchor, y otras al borde del
caudaloso río Senegal, como Podor, pequeña pero importante en un tiempo por ser
lugar de negocios, tanto de valiosos productos como de seres humanos.
Pero nada como
Gorée, no ya por su monstruoso pasado, que debiera repelernos -pues nos
recuerda quienes hemos sido y aún podríamos ser-, sino por lo seductor que
resulta encontrar los semblantes abiertos y sonrientes de las criaturas que
juegan, brincan y se sumergen cerca del muelle, con una sonrisa tan amplia, que
seguro no conocen el pasado que les cuenta la arena donde se secan al sol del
trópico.
Y si lo saben, prefieren ser felices, su alma les dirá que es la mejor
forma de cicatrizar las heridas.
Texto y fotos, Virginia
Excepto la imagen de Goreé, sacada de la red
Julio 92