De vacilón en vacilón, el zangalote solo estaba listo pa’ las
fiestas. Ardiloso en la vestimenta, procuraba andar con el terno limpio, pero
en cuanto al trabajo, no ponía ni fisco asunto.
La hermana le decía un rancho
de improperios, zorullo, totorota, rebenque, tollo. Pero bien tranquilo, nada
le importunaba, como mucho, cuando el padre se ajustaba el cinto, entonces se
amilanaba algo y trabucaba la contesta.
Repantingado bajo el almendrero y con el bardinillo rabujiento que le
regaló la abuela (aquella vez que gracias al santiguado de la vecina, le
sacaron el sol de la cabeza), distraía el tiempo con el hermanito chico, su
machacante preferido y el que le hacía los recados.
Total, los gochos no iban a
dar más porque él los trabajara, mejor estar preparado pa’ la próxima romería o
el baile de piñata, ningún machango le estropearía el tinglado.
Texto y fotos, Virginia