jueves, 16 de mayo de 2019

La plaza de mi infancia



Allí donde el brilé, paro, los boliches, las esquinitas, la soga, el tejo, las patinetas, el escondite, los cochitos de verga, la pelota y el paso obligado a los mandados. Obreros que subían de los Cuatro Caminos o del Barranco Martiño,  mujeres vestidas de negro, procesiones y entierros, puestos de turrones en las fiestas,  alfombras del Corpus extendidas al sol de junio.

La plaza de mi infancia con el zaguán fresco y pulido de Rita, las dos acacias y a su sombra, la piedra, cómoda tal cual una butaca. Al lado, Conchita, costurera de las finas, que cosía de maravilla, “no te muevas, tengo que arreglar la sisa”, “el vuelto está muy bajo”, decía con los alfileres en la boca. El ciprés alto como todos los cipreses, tupido y oloroso, donde mi hermano se empericosaba entonando el Pater Noster a voz en cuello (por algo era monaguillo) enfrente de La Casona, de balcón hermoso y ventanas asimétricas.

La casa de Catalina, la sacristana, con el patiecillo de cemento y sus marquitas delicadas; se ponía en la ventana a calar exquisitas labores y de rato en rato, levantaba la mirada por ver quién bajaba o subía y entonces nos saludaba afectuosa, como todos los vecinos que vivían en los alrededores. 

La plaza donde en una mañana de enero puse en marcha lo que había soñado, que no era nada más y nada menos que montar  en bicicleta. Mi hermano me había explicado, pero sin éxito. Una noche soñé cómo debía darle a los pies, así que al despertar, le dije:
- Luego vamos a la plaza y verás que ya sé montar.

Y así fue, me subí al sillín y en un abrir y cerrar de ojos me quedé dando  vueltas a la plaza. A partir de ahí me recorría el centro del pueblo y bastante más, un tiempo en que andar de un sitio a otro representaba una conquista infantil de altos vuelos.
- Hoy llegué a La Placeta
- Bajé hasta cerca de El Sauzal
- Fui con Yoya hasta San Juan
- Voy a la Plaza del Cristo y vengo a la tarde.

La plaza, con Santa Catalina en el altar mayor, observadora de  las correrías sanas de una niña que veía el mundo desde lo alto, mientras el aire le  despeinaba el flequillo en cualquier tarde de su infancia.


Texto, Virginia

Foto publicada en el programa de las Fiestas del Cristo, 1970