lunes, 10 de febrero de 2020

Agua, sacralidad y geometría




Extendidos por una gran parte del noroeste de la India, los baoris representan un grado de sabiduría excepcional en la arquitectura. Un hueco profundo, cuadrado o rectangular, con escalones perfectamente diseñados y una geometría prodigiosa, de la que el pintor Escher aprendería mucho para sus dibujos imposibles. Peldaños que permiten llegar al nivel del agua, preservada desde que los monzones la descargan con fuerza y contribuyen a llenar el pozo.




En el borde del primer baori al que nos llevó Hanu (nuestro amable y pulcrísimo conductor) en Amber, muy cerca de Jaipur, de nombre Panna Meena, no había otra alternativa sino recapacitar en la sacralidad del agua para pueblos tan espirituales como el indio, aparte de lo vital que resulta en lugares con climas de mucha fluctuación en las lluvias, como es el caso. 
Tal es su elaborada construcción, que poseen columnas, cavidades, techos, pequeños santuarios, pasadizos, puentes. Un templo invertido, leí en algún sitio, un espacio incluso de rituales y ceremonias, respetando lo divino que ya tuvo el agua desde tiempos de los Vedas. Una edificación desde el suelo hacia abajo, con proporciones relacionadas con el cuerpo humano, en la línea de otras construcciones antiguas en la India. Hay numerosos baoris en Rajasthan y Gujarat, tantos, y tan sorprendentes, que superan a muchos de los famosos templos que figuran en las guías turísticas.



Servían también como lugar de reunión y de ceremonias, sobre todo para las mujeres que recogían el agua, agradecidas a los dioses por ese don imprescindible. Regalo que hemos olvidado, derrochando con tranquilidad un elemento absolutamente primordial desde el origen de la vida.


Los baoris estuvieron hasta hace poco casi ignorados, un elemento más en las ciudades, hasta el punto de que algunos fueron recubiertos de tierra. Mismamente los ingleses, los consideraron antihigiénicos, lejos de admirar la perfección de su construcción. Existen unos tres mil pozos de estas características y todos son diferentes, muchos sin reconocimiento o usados como basurero.


En Jodhpur, en el mismo centro de la ciudad, a dos pasos de la Clock Tower, vimos el baori Toorji Ka Jahalra, inaugurado en 1740 por la maharaní del clan Tanwar, caído en desuso más tarde y rescatado hace unos años, admirable simetría que nos lleva hasta el borde del agua, de escalones estrechos entrelazados con una medidas primorosas.

Volveré a la India solo por bajar y subir esos peldaños antiguos, respetuosos con el medio, artísticos como si fueran de un palacio, iluminados por el espíritu evanescente del agua.



Texto y fotos, Virginia