Extendidos por una gran parte
del noroeste de la India, los baoris representan
un grado de sabiduría excepcional en la arquitectura. Un hueco profundo,
cuadrado o rectangular, con escalones perfectamente diseñados y una geometría
prodigiosa, de la que el pintor Escher aprendería mucho para sus dibujos
imposibles. Peldaños que permiten llegar al nivel del agua, preservada desde
que los monzones la descargan con fuerza y contribuyen a llenar el pozo.
En el borde del primer baori al que nos llevó Hanu (nuestro
amable y pulcrísimo conductor) en Amber, muy cerca de Jaipur, de nombre Panna
Meena, no había otra alternativa sino recapacitar en la sacralidad del agua
para pueblos tan espirituales como el indio, aparte de lo vital que resulta en
lugares con climas de mucha fluctuación en las lluvias, como es el caso.
Tal es
su elaborada construcción, que poseen columnas, cavidades, techos, pequeños
santuarios, pasadizos, puentes. Un templo invertido, leí en algún sitio, un espacio
incluso de rituales y ceremonias, respetando lo divino que ya tuvo el agua
desde tiempos de los Vedas. Una edificación desde el suelo hacia abajo, con
proporciones relacionadas con el cuerpo humano, en la línea de otras construcciones
antiguas en la India. Hay numerosos baoris
en Rajasthan y Gujarat, tantos, y tan sorprendentes, que superan a muchos de
los famosos templos que figuran en las guías turísticas.
Servían también como lugar de
reunión y de ceremonias, sobre todo para las mujeres que recogían el agua,
agradecidas a los dioses por ese don imprescindible. Regalo que hemos olvidado,
derrochando con tranquilidad un elemento absolutamente primordial desde el
origen de la vida.
Los baoris estuvieron hasta hace poco casi ignorados, un elemento más
en las ciudades, hasta el punto de que algunos fueron recubiertos de tierra.
Mismamente los ingleses, los consideraron antihigiénicos, lejos de admirar la
perfección de su construcción. Existen unos tres mil pozos de estas
características y todos son diferentes, muchos sin reconocimiento o usados como
basurero.
En Jodhpur, en el mismo centro
de la ciudad, a dos pasos de la Clock Tower, vimos el baori Toorji Ka Jahalra, inaugurado en 1740 por la maharaní del
clan Tanwar, caído en desuso más tarde y rescatado hace unos años, admirable
simetría que nos lleva hasta el borde del agua, de escalones estrechos
entrelazados con una medidas primorosas.
Volveré a la India solo por
bajar y subir esos peldaños antiguos, respetuosos con el medio, artísticos como
si fueran de un palacio, iluminados por el espíritu evanescente del agua.
Texto y fotos, Virginia