Tanto que he contado la
maravillosa historia de Los tres bandidos, del gran Tomi Ungerer, hasta
recitarla de memoria incluso ahora, y nunca pude imaginar que visitaría un
lugar tan apropiado para ese cuento universal.
Las torres de Tallinn, con sus
cúpulas rojas, ventanitas minúsculas, paredes robustas, una cerca de la otra a
lo largo de la muralla, me hicieron imaginar a los bandidos de aquel relato
infantil, entretanto Úrsula, la niña valiente y solidaria, les sugiere gestos
hermosos, que ellos acatan sin rechistar, dispuestos a que todo lo que han
afanado, en su condición de ladrones oficiales de cuento, redunde en beneficio
de los desfavorecidos.
Un cuento que ya podría ser
realidad en esta época en que, quienes nos roban, no lo hacen con una vieja
escopeta, un fuelle lleno de pimienta ni una herrumbrosa hacha de doble filo.
No, quienes lo hacen ahora, son todos ladrones de guante blanco, de alto
standing, metidos en gobiernos para aprovechar su poder, hurtando a la
ciudadanía lo más básico, mientras se enriquecen sin fin.
No le harán caso a una huérfana
como Úrsula para que inviertan su dinero en obras benéficas. Nos roban como
algo normal, quizás un atavismo antiguo, algo criminal incrustado en sus mentes
retorcidas. Qué más da que un país se hunda en la miseria, que a los palestinos
los desalojen, que obliguen a niñas a casarse, que la gente se suicide por
tener que dejar su casa, que quieran empleados esclavos, que las bombas maten
inocentes o que miles de criaturas estén forzadas a trabajar sin derecho a
educación o sanidad, todo para que la rueda del mundo siga, y guiándola, los de
casi siempre.
Tallinn es una bellísima ciudad
medieval, conservada con sus casas de 1300, 1400, 1500. Poleas en lo alto para
subir lo necesario a las casas, sin usar las angostas escaleras, pedazos de
hierro como cicatrices artísticas sujetando paredes.
Un campanario desde donde
mirar los tejados, las chimeneas, los patios arbolados, las gárgolas verdes de
fieros dragones. Tallin es un cuento en el Báltico, un cuento en la biblioteca
de la vida, esta vida que pocas veces es de ilusión y sí de penalidades. Pero
Tallinn es así, un lugar donde las torres quizás sirvieron para albergar
bandidos buenos, no de los reales. Un lugar donde caminar sobre adoquines
rojizos, cantos rodados bien incrustados, pasadizos bajo palacetes y en lo
alto, las agujas doradas apuntando al cielo.
Tallinn es como una quimera, y allí
volví a ver a los tres bandidos de gorros negros y a las niñas y los niños
huérfanos con sus capas rojas. Rojas como los tejados de una ciudad de fábula,
donde ojalá los bandidos sigan siendo generosos, un lugar en el que
refugiarnos, aunque solo sea en nuestros sueños.
Texto y fotos, Virginia