lunes, 15 de octubre de 2018

TALLINN






Tanto que he contado la maravillosa historia de Los tres bandidos, del gran Tomi Ungerer, hasta recitarla de memoria incluso ahora, y nunca pude imaginar que visitaría un lugar tan apropiado para ese cuento universal.
Las torres de Tallinn, con sus cúpulas rojas, ventanitas minúsculas, paredes robustas, una cerca de la otra a lo largo de la muralla, me hicieron imaginar a los bandidos de aquel relato infantil, entretanto Úrsula, la niña valiente y solidaria, les sugiere gestos hermosos, que ellos acatan sin rechistar, dispuestos a que todo lo que han afanado, en su condición de ladrones oficiales de cuento, redunde en beneficio de los desfavorecidos.





Un cuento que ya podría ser realidad en esta época en que, quienes nos roban, no lo hacen con una vieja escopeta, un fuelle lleno de pimienta ni una herrumbrosa hacha de doble filo. No, quienes lo hacen ahora, son todos ladrones de guante blanco, de alto standing, metidos en gobiernos para aprovechar su poder, hurtando a la ciudadanía lo más básico, mientras se enriquecen sin fin.


No le harán caso a una huérfana como Úrsula para que inviertan su dinero en obras benéficas. Nos roban como algo normal, quizás un atavismo antiguo, algo criminal incrustado en sus mentes retorcidas. Qué más da que un país se hunda en la miseria, que a los palestinos los desalojen, que obliguen a niñas a casarse, que la gente se suicide por tener que dejar su casa, que quieran empleados esclavos, que las bombas maten inocentes o que miles de criaturas estén forzadas a trabajar sin derecho a educación o sanidad, todo para que la rueda del mundo siga, y guiándola, los de casi siempre.
















Tallinn es una bellísima ciudad medieval, conservada con sus casas de 1300, 1400, 1500. Poleas en lo alto para subir lo necesario a las casas, sin usar las angostas escaleras, pedazos de hierro como cicatrices artísticas sujetando paredes. 




















Un campanario desde donde mirar los tejados, las chimeneas, los patios arbolados, las gárgolas verdes de fieros dragones. Tallin es un cuento en el Báltico, un cuento en la biblioteca de la vida, esta vida que pocas veces es de ilusión y sí de penalidades. Pero Tallinn es así, un lugar donde las torres quizás sirvieron para albergar bandidos buenos, no de los reales. Un lugar donde caminar sobre adoquines rojizos, cantos rodados bien incrustados, pasadizos bajo palacetes y en lo alto, las agujas doradas apuntando al cielo. 































Tallinn es como una quimera, y allí volví a ver a los tres bandidos de gorros negros y a las niñas y los niños huérfanos con sus capas rojas. Rojas como los tejados de una ciudad de fábula, donde ojalá los bandidos sigan siendo generosos, un lugar en el que refugiarnos, aunque solo sea en nuestros sueños.


Texto y fotos, Virginia