martes, 21 de agosto de 2018

ERA DEL BARRANCO DEL REY





¿Y qué he hacer ante una preciosura de este calibre? Lo de siempre antes: conmoverme, admirarme. Y luego, contemplar la precisión de la circunferencia, la leve caída desde el centro hasta el borde, las piedras perfectamente encajadas; las mayores, marcando los radios, y las menudas, engarzadas por sectores, segundonas felices; otras cuadradas en los bordes, dando seguridad para que el grano no huya a los barranquillos cercanos. En medio, un montoncito de cagarrutas de conejo, como boliches rústicos o cuentas de algún collar roto.















Alrededor, la vida minúscula, increíble tan seca y tan viva. Un sarantontón atrevido se posa en el pomo del bastón, las arañas cruzan sus telas de lado a lado del sendero, los verdinos prehistóricos corren a esconderse entre los cardones, asustando a los escarabajos de ébano y una lisa adormecida es incapaz de moverse cuando la sorprendo bajo un pedrusco. Vuela con rumbo extraño un frágil folelé rojizo que planea por segundos sobre una fila de hormigas, incapaces de abandonar sus planes jansenistas.





Me tumbo, dejo de respirar un momento y siento el pálpito ancestral de las lajas, cálido, sereno, exiguo y aún así, poderoso. Las tabaibas y los balos adornan las comisuras de la era y a su sombra se queda una parte mía.


Una parte que fue entera, sí. Seguro fui yo misma sobre la era un tiempo antes, hace tanto, tantísimo.       

Texto y fotos, Virgi