Tiene la ciudad cuatro plazas
admirables, que se enlazan unas con otras a través de calles ya rehabilitadas o
casi acabadas, todas ellas con edificaciones magníficas.
La Plaza de Armas, rodeada de
varios palacetes, el castillo de la Real Fuerza y el encantador Templete, lugar
donde se fundó la ciudad en 1514, bajo una ceiba, cerca de la bahía. La Plaza
de San Francisco, con el convento del mismo nombre (que funciona como sala de
exposiciones y conciertos), así como otros edificios importantes. La Plaza de
la Catedral, coloreada por grupos de mulatas con el vestido típico y bien guarnecida
de casonas de marqueses y otros enjundiosos nobles, algunas donde hacernos a la
idea de la riqueza y bienestar de los colonos españoles que ostentaban altos
cargos en la ciudad. La Plaza Vieja, cautivador
espacio, de estructuras y estilos diversos, cálida como es el ambiente
caribeño, ceñida de arcadas abiertas con museos, restaurantes e incluso una
escuela (el alumnado recibe en la plaza las clases de Educación Física),
luciendo en el centro una esplendorosa fuente de mármol.
Estas cuatro plazas encadenadas
por calles peatonales son un deleite para pasear, pues aunque hay mucho
turismo, encontramos los peculiares puestos de la ciudad y también, alguna casa
de familia, de esas de portadas señoriales con un perro durmiendo, una escalera desvencijada y al fondo del patio, un par de viviendas mínimas, con
la ropa tendida, los cables de la luz haciendo acrobacias y las siempre
diferentes baldosas del piso esperando por el brillo que no llega.
Coexisten estilos arquitectónicos
diversos y en una sola cuadra se puede encontrar barroco, neoclásico, art déco
y nouveau, eclecticismo, racionalismo y por supuesto colonial. El Capitolio,
ecléctico, deslumbra a lo lejos con su cúpula inmensa y la entrada de columnas
jónicas. La Catedral, de sobria portada barroca y asimétrica en las torres. La
librería “La Moderna Poesía” impacta por los atrevidos volúmenes art déco,
igual que el vestíbulo señorial de la Escuela de Alta Hostelería -con un
lucernario espectacular- o el lujoso pero equilibrado Edificio Bacardí.
Entre esta diversidad y con el
toque permanente del calor caribeño, encontré una librería de segunda mano, cerca
de una placita umbrosa donde tres niñas se dejaban hipnotizar por las
pantallas, aisladas entre sí en el ocaso habanero.
Grande fue mi satisfacción al
encontrar un delicioso libro de Lezama Lima, “Revelaciones de mi fiel Habana”,
y no tuve otra que empezarlo enfrente del trío absorto, más cuando el día
anterior me había tropezado con su casa, en una bocacalle del Prado. Cuatro o
cinco pequeñas habitaciones, llenas de libros y cuadros, con un patiecillo y un
hermoso gato negro que me miró sin poner más asunto. Antes de entrar me comí
una pizza encima de un mostradorcito ínfimo, acompañada de un exquisito jugo de
guayaba; a un lado, dormitaba un hombre vendedor de ron, adornadas las barricas
con la bandera cubana. Saborear las revelaciones sutiles, cultas y humorísticas
de Lezama Lima sobre su querida ciudad, resultó un plus que amplió lo que la
ciudad me ofrecía.