Venía, hace años, de un viaje que paraba en
Bérgamo. Mi otro vuelo partía al día siguiente por la tarde. Llegué al hotel,
dejé la maleta y salí a ver la ciudad alta. Se celebraba alguna de esas
conmemoraciones que los italianos festejan con la familia, entre helados, voces
y piñas de millo. Me desvié a la derecha de la calle, hacia el Duomo. Por un
momento, el rincón donde caminaba estaba vacío, los adoquines brillaban
débilmente bajo las escasas farolas, y en un ángulo de la calle, entre la
iglesia y unas casas señoriales, me vi, en un flash, paseando por un lugar
donde ya había estado. La misma luz, iguales las sombras, los reflejos de las
piedras; la esquina, más allá, cerca de un palacio; un torreón robusto con las
aristas marcadas por los siglos.
Flotaba mientras caminaba, imposible un déjà vu
tan real. No se oía la algarabía, nada que rompiera el encanto, todo se
confabulaba para respetar el momento. El aroma de aquel sueño ondeaba en la
noche veraniega y me pertenecían los brillos y la luz tenue de las lámparas, el
alféizar donde una paloma se esponjaba, los escalones del baptisterio. Fueron
solo un par de minutos de una energía fascinante, yo había estado ya allí,
aquel trozo de la ciudad antigua lo había pisado quién sabe cuándo y hasta
reconocía la escasa brisa nocturna, la misma que ahora me embriagaba.
Algo turbada por la experiencia, recorrí parte
de la ciudad y volví al hotel. A la mañana siguiente, me dirigí a la Academia
Carrara, por ver las obras de Andrea Mantegna, Bellini, Tiziano, Lorenzo Lotto,
entre otros grandes artistas de los que dispone la galería, un exquisito
edificio que creo se ha renovado recientemente. Seguía yo envuelta en una bruma
de confusión por la noche anterior, pero quería aprovechar el tiempo en la
ciudad, magnífica y con mucho arte, del que aprendo y me alimento con gran
placer.
A pesar de ese sentimiento de neblinosa
satisfacción, pude apreciar algunas de las obras del museo, entre ellas,
“Matrimonio místico de Santa Catalina” y “Retrato de un joven” ambas de Lorenzo
Lotto (1480-1556), de quien, precisamente
en días pasados, se inauguró una exposición en el Museo del Prado.
Un artista del Renacimiento, muy personal en
sus retratos, tanto, que hay quien lo considera uno de los mejores en ese
campo. Olvidado después de su muerte y rescatado a fines del s. XIX, la
originalidad en la composición y el colorido, una vida errante y libre, su
personalidad difícil pero generosa con las clases humildes, la variada
clientela para la que trabajó, hacen de él un artista singular. Algo de eso percibí
vi en su obra, y junto a otras piezas, afianzaron la admiración que le tenía de
tiempo atrás.
Al salir, regresé a las cercanías del Duomo y
aunque no esperaba volver a sentir lo mismo de la noche anterior, me estimuló
saber que tal vez en aquella visión pretérita vivía yo en el mismo lugar y en el
mismo momento en que Lotto realizaba sus extraordinarias pinturas, dotadas de
un magnetismo especial.
Ciertamente, me había detenido en Bérgamo para
aprender que hay sueños que se anticipan a la existencia.
Texto, Virgi
Imágenes de la red
"Matrimonio místico de Sta. Catalina", 1523, Academia
Carrara, Bérgamo
"Retrato de un joven", 1500, Academia Carrara,
Bérgamo