lunes, 25 de junio de 2018

Bérgamo y Lorenzo Lotto




Venía, hace años, de un viaje que paraba en Bérgamo. Mi otro vuelo partía al día siguiente por la tarde. Llegué al hotel, dejé la maleta y salí a ver la ciudad alta. Se celebraba alguna de esas conmemoraciones que los italianos festejan con la familia, entre helados, voces y piñas de millo. Me desvié a la derecha de la calle, hacia el Duomo. Por un momento, el rincón donde caminaba estaba vacío, los adoquines brillaban débilmente bajo las escasas farolas, y en un ángulo de la calle, entre la iglesia y unas casas señoriales, me vi, en un flash, paseando por un lugar donde ya había estado. La misma luz, iguales las sombras, los reflejos de las piedras; la esquina, más allá, cerca de un palacio; un torreón robusto con las aristas marcadas por los siglos.

Flotaba mientras caminaba, imposible un déjà vu tan real. No se oía la algarabía, nada que rompiera el encanto, todo se confabulaba para respetar el momento. El aroma de aquel sueño ondeaba en la noche veraniega y me pertenecían los brillos y la luz tenue de las lámparas, el alféizar donde una paloma se esponjaba, los escalones del baptisterio. Fueron solo un par de minutos de una energía fascinante, yo había estado ya allí, aquel trozo de la ciudad antigua lo había pisado quién sabe cuándo y hasta reconocía la escasa brisa nocturna, la misma que ahora me embriagaba.

Algo turbada por la experiencia, recorrí parte de la ciudad y volví al hotel. A la mañana siguiente, me dirigí a la Academia Carrara, por ver las obras de Andrea Mantegna, Bellini, Tiziano, Lorenzo Lotto, entre otros grandes artistas de los que dispone la galería, un exquisito edificio que creo se ha renovado recientemente. Seguía yo envuelta en una bruma de confusión por la noche anterior, pero quería aprovechar el tiempo en la ciudad, magnífica y con mucho arte, del que aprendo y me alimento con gran placer.


A pesar de ese sentimiento de neblinosa satisfacción, pude apreciar algunas de las obras del museo, entre ellas, “Matrimonio místico de Santa Catalina” y “Retrato de un joven” ambas de Lorenzo Lotto (1480-1556),  de quien, precisamente en días pasados, se inauguró una exposición en el Museo del Prado.  
Un artista del Renacimiento, muy personal en sus retratos, tanto, que hay quien lo considera uno de los mejores en ese campo. Olvidado después de su muerte y rescatado a fines del s. XIX, la originalidad en la composición y el colorido, una vida errante y libre, su personalidad difícil pero generosa con las clases humildes, la variada clientela para la que trabajó, hacen de él un artista singular. Algo de eso percibí vi en su obra, y junto a otras piezas, afianzaron la admiración que le tenía de tiempo atrás.


Al salir, regresé a las cercanías del Duomo y aunque no esperaba volver a sentir lo mismo de la noche anterior, me estimuló saber que tal vez en aquella visión pretérita vivía yo en el mismo lugar y en el mismo momento en que Lotto realizaba sus extraordinarias pinturas, dotadas de un magnetismo especial.
Ciertamente, me había detenido en Bérgamo para aprender que hay sueños que se anticipan a la existencia.



Texto, Virgi
Imágenes de la red
"Matrimonio místico de Sta. Catalina", 1523, Academia Carrara, Bérgamo
"Retrato de un joven", 1500, Academia Carrara, Bérgamo