Patricio
Ortiz, montañero
Sube y baja montañas con la celeridad de una liebre. En los repechos pronunciados ni se inmuta, un pelín menos de ritmo, acompasa la respiración y aquí no pasa nada. Que el repecho se convierte en cuesta o en plano inclinado, tranquilo, Patricio tiene experiencia de sobra. Que tiene que pasar por una cornisa estrecha y resbaladiza, mejor que mejor, esos tramos le encantan.
Así es Patricio, un montañero de altura.
Conoce picos del Pirineo, de Sierra Nevada y de Asturias.
Algunos de los Alpes suizos e italianos. Ha caminado por los ribetes nevados de
los Andes chilenos y los del Cáucaso, subió a unos cuantos en el Himalaya. Las
colinas irlandesas le atraen por lo verde, aunque sean un paseo, y las
elevaciones de Almería, por la sequedad.
Se ha recorrido gran parte del mundo ascendiendo esas formas
redondeadas, sensuales unas veces, y otras, agudas y peligrosas, aunque
Patricio controla su paso, sea en un sitio, sea en otro.
Prefiere caminar en soledad, aunque varias veces ha tenido
que hacerlo en compañía, especialmente en los lugares en los que se recomienda
ir, como mínimo, en pareja. Aún en grupo, se adelanta algo o se retrasa un
poco, no suele apetecerle las conversaciones de otros caminantes, él se recrea
en la largura de los páramos, los riachuelos medio helados, las cabras montesas
que brincan como él quisiera o los nubarrones que asoman tras los picachos.
Camina a un paso excelente, por algo lo lleva haciendo más de media vida, pero
también es sensible a un mirlo, un ánade o una lagartija al sol.
Nunca se casó Patricio, ni se le conoció pareja alguna, pocas
de sus amistades sabían de su vida personal, más allá del trabajo, las
aficiones, su casa y los padres que todavía vivían. Con la familia de alguna de
sus tres hermanas salía muy de vez en cuando, más bien por cubrir el expediente
de relaciones inevitables, que por una
noción de placer dominguero o de amorosa satisfacción parental.
Pues va y resulta que en una de esas excursiones aparece un excursionista
como él, amigo de alguien de la familia, un montañero de experiencia, un obseso
de las botas, la mochila bien cargada, los piolets por si nieva, el saco de
plumas. Un tipo bien pertrechado, tanto en el material deportivo como en su
físico, curtido de sol, cumbres y alturas.
Como era natural, empezaron por los senderos, siguieron por
las colinas, subieron picos secos, húmedos y nevados. Continuaron con los
grandes recorridos, hasta caer un día, en una tienda al borde del risco, en una
pasión más arrolladora que cualquier alud
alpino.
Patricio Ortiz ya no anda solo ni por sitios arriesgados, ni
por veredas apacibles, el amor ha cambiado sus senderos y los recorre como
alguien que comienza a caminar de nuevo, descubriendo el paisaje con la alegría
de un niño.
Texto y foto, Virginia