jueves, 22 de octubre de 2020

Líquida y literaria Dublín

 

El río Liffey fluye como un dublinés más, entre puentes, pubs, gaviotas y macetas con flores. La ciudad tiene puertas de colores, tiendas antiguas, gente en bicicleta, numerosos parques, estudiantes que entran y salen de la Universidad y curiosos que entran y salen de la espléndida biblioteca del Trinity College, donde se contempla el Libro de Kells, un manuscrito del año 800 d.C.


Exquisita la muestra de delicados tesoros de Asia y Oriente Medio, en la Galería Chester Beatty, un magnate estadounidense dedicado a reunir a lo largo de su vida un cúmulo de variados objetos -manuscritos, miniaturas, grabados antiguos- para formar una colección muy a su gusto. A finales de los años cuarenta decidió vivir en Irlanda donando lo que había recolectado, por lo que se le tiene en gran estima, hasta el punto de organizarle a su muerte un funeral de estado, como ciudadano irlandés de honor.

En la Galería Nacional, de placentero itinerario, se nos muestran obras de maestros de la pintura. Un Velázquez de lo más original, Vermeer y sus interiores luminosos, Turner, Goya, Monet, Berthe Morisot, Lavinia Fontana, Picasso, Rembrandt, Caravaggio.





La ciudad se recorre fácilmente y en más de una ocasión nos encontraremos con Molly Malone y su carro de pescado, músicos, librerías con solera, incontables pubs con suficiente gancho como para entrar en unos cuantos y bebernos una pinta acompañada de una ración de fish and chips. No hemos de andar mucho para recordar a escritores como Williams B.Yeats, Bernard Shaw, Elizabeth Bowen, Oscar Wilde, Edna O'Brien, Samuel Beckett o James Joyce, ya que Dublín –y toda Irlanda- es cuna de artistas de todas las ramas, que están representados en bustos, estatuas, placas, recordándonos el acervo cultural que posee el país.

La cerveza corre casi como el Liffey, y aunque Temple es  la zona por excelencia, podemos degustarla en cualquier esquina, siempre acompañados de maderas, cojines, espejos y barras pulcrísimas, amén de bebedores del país y de fuera, bien acodados en el mostrador o en las coquetas mesitas.












Pero no podremos dejar Dublín sin visitar la Huhg Lane Gallery, en la parte norte del río, para conmocionarnos con la reconstrucción fiel y abrumadora del estudio de Francis Bacon, un espacio que dejará marcado a quien lo vea. En el más absoluto desorden (“En el caos trabajo mejor”, dijo más de una vez), sin criterio aparente, conviven botes de pintura, trozos de papel, revistas, periódicos viejos, pinceles, lienzos rotos, libros, trapos,discos, cartas. 

Una amalgama que bien podría ser el cuarto de un enfermo del síndrome de Diógenes, si no fuera porque sabemos que fue el taller de un genio. Nacido en Dublín en 1909, solo vivió aquí su primera infancia y el resto de su vida en diferentes países, incluso en España, donde murió en 1992. El estudio fue trasladado íntegramente desde Londres, lugar donde trabajó unos treinta años. Es tal el volumen de objetos, que el traslado y montaje duró varios años, hasta su apertura en 2001.

Dejamos Dublín con el impacto rotundo de Francis Bacon, perturbadora experiencia que me enseñó a comprender un poco más acerca de nuestras contradicciones, de las apariencias, de la profundidad dolorosa en la que los seres humanos podemos existir y coexistir. Y aún más, dentro de ese mundo torturado, la posibilidad de crear una obra fascinante, visceral, formidable.


Texto y fotos (excepto estudio cuya autoría se ve al pie), Virginia