Volveré a las mimosas como soles
de la casa de Iserse, y a la era de la Abejera para sentarme sobre sus radios
celestes. He de cruzar barranquillos y chapas, con el olor cercano de la resina,
y la sal en la distancia, hasta entrar en el patio de Teresme.
Bajo la tosca
amarilla, ocre y siena, apoyaré la espalda viendo las sombras de las peñas,
restos fantasmagóricos de lavas milenarias, cuando aún las tabaibas, los
cornicales, los balos, las gamonas, las aulagas y los matorriscos, ni
imaginaban nacer en sus intersticios.
Sé que tornaré donde una vez plantamos
los pinos, arriba en la árida morra cerca de Tenazo, mientras sopla el viento y
canta el agua en la atarjea.
Por los chabocos, de salto en salto, sin banot ni
lanza, podré brincar como cuando era niña y crecía bajo la lluvia.
Y mi vuelta será doblemente
agradecida, pues no siempre se regresa indemne a los sitios que alguna vez
amamos.
Texto y fotos, Virginia