martes, 3 de diciembre de 2019

Luminosa Teguise







En Teguise nace la luz de Lanzarote.
Centelleante, recorre entonces los callejones y se para y se regodea en el parteluz de una ventana, en las lucecitas tras las tejas, en el trasluz de una cortina, en el contraluz de la puerta. 
La luz reluciente se pasea por las paredes y los muros, choca en las aldabas, se cuela por las chimeneas, fulgura en los cristales, abrillanta las piedras y refulge entre los adoquines. Haces de luz entran por los postigos traslúcidos o por los tragaluces del techo, mientras, a lo lejos, los volcanes envidian una luminosidad prohibida, tan ellos de fuego y lava.

Fundada en la primera mitad del s. XV por Maciot de Bethencourt -sobrino del conquistador normando Jean de Bethencourt- en la zona central de Lanzarote, donde ya existía una abundante población aborigen, Teguise se convirtió en la capital de la isla y en ella se concentraban varias iglesias y el Cabildo, con un centro urbano que aún conserva su trazado y un gran número de edificaciones originarias. Unas muy distinguidas y otras más sencillas, contribuyen a que la Villa -como actualmente sigue nominándose- mantenga un atractivo palpable, blanca y abierta al sol y al viento, lujosa y espartana en la urdimbre callejera, de sólidos ángulos, curiosas chimeneas y pisos de cantos marinos. En el s. XVII se construyeron varios graneros, dada la amplia cosecha de cereales en sus campos, así como molinos y molinas para molerlos y obtener el preciado gofio, alimento básico de la población canaria en todas épocas y lugares.

De las invasiones piratas que sufrieron las islas, sobre todo Lanzarote y Fuerteventura, quedan rastros en Teguise como el del Callejón de la Sangre (1569), pues aunque las crónicas cuentan que hubo saqueos, muertes e incendios, la población logró repeler la incursión en ese rincón, quedando su nombre como recuerdo del ataque y sus consecuencias.

Los muros centenarios de la serena Teguise exhalan una paz contagiosa, una bonanza salida de tiempos pasados, un sopor que se rompe solo cuando alguna anciana abre un postigo, ladra un perro o suenan las campanas, mientras la luz sigue deambulando por la Villa, ensimismada y algo dispersa, flemática como si no fuera lo más veloz del mundo, reposada como las montañas lejanas. Y es que la luz de Lanzarote nace en Teguise.

Texto y foto, Virginia