Dicen que si acercas una caracola
al oído, podrás escuchar el ruido del mar, un lejano rumor de olas que duerme
en el centro mismo de sus volutas nacaradas. Y aunque a Paco, protagonista de
esta novela, no le sea dado escucharlas, guardará entre sus bienes más
preciados una de esas conchas misteriosas, la que conserva, junto al sonido
marino, el mejor de los recuerdos. Algunos de esos recuerdos no vamos a
desvelarlos, pero sí hemos de recurrir a los que nos cuenta la autora para
comprender la infancia y juventud de este niño, hijo más chico de un matrimonio
acomodado que vive entre el campo y la ciudad, en el Tenerife de principios del
siglo XX.
Si la Literatura nos sirve de
mucho, como cualquier otra manifestación artística, ese servicio se acrecienta
cuando nos hace reflexionar. No hace falta, pues, un ensayo concienzudo para
estimular el pensamiento, también puede valer una crónica sencilla y
conmovedora que nos lleve a recapacitar sobre los valores y las actitudes del
género humano. Y en este libro hay mucho de todo eso.
Mi experiencia como maestra
durante largo tiempo, me ha enseñado lo que significa para una criatura tener
algún tipo de minusvalía y, si como base fundamental, no dispone de un núcleo acogedor,
su desarrollo estará marcado por las dificultades. Por mucho que más adelante
se quiera equilibrar la deficiencia, no
será factible si no ha habido una labor amorosa y comprensiva en el seno del
hogar. Y aquí es donde la concha caliente que rodea a nuestro personaje lo
abriga lo necesario y aún más, para crecer e ir entendiendo la extraña realidad
que le ha tocado en suerte, pues si ya es complicada para todos, cuanto más podrá ser para un
chiquillo sordo en un mundo de sonidos, palabras, música, cantos, gritos, ese
don maravilloso que es la voz, como vehículo de expresión siempre que podamos
oírla.
Es Paco, de crío, de adolescente y de joven,
el centro del relato. Pero son sus padres los que llevan las riendas para
encaminarlo por el sendero adecuado. Y es así como recapacito sobre la
importancia de la gente que nos rodea, dispuesta a sacrificarse y a buscar lo
que se considera correcto para nosotros, aunque muchas veces también se
equivoquen. Más no es el error el asunto primordial, sino la vocación certera y
generosa de querer entregarnos sus mejores deseos.
La madre y el padre de Paco, sus
hermanos, el resto de personas que lo acompañan de una u otra forma, consolidan
unos valores y unas actitudes que harán de este niño un adulto con vida propia,
con objetivos e intereses, capaz de relacionarse con los semejantes y de llevar
adelante sus proyectos.
El libro solo cuenta un trozo desde
sus primeros años hasta la juventud, y nos deja con ganas de saber mucho más,
incluso con la ilusión de haberlo conocido, pues el personaje se hace tan
cercano, que pareciera que alguna vez nos saludó, e incluso nos sonrió a lomos
de su montura, paseando por una arboleda de acacias o participando en las
competiciones de sortijas en aquellos remotos años de mis fiestas del Cristo,
cuando en el Camino Nuevo piafaban los caballos, mientras los jinetes, ufanos
en sus envidiables monturas, aguzaban la puntería para conseguir la cinta más
hermosa.
Es este tramo, suficiente para
rescatar del olvido a un pequeño junto a su familia, un retrato que ya
quisiéramos nos hiciera alguien con la ternura que demuestra Ana, sin caer, cosa
que sería bastante cómoda, en el dramatismo o la tristeza exagerada. Hay un
niño, un grupo cohesionado, un ambiente, una época. También, y no hemos de
obviarlo, un nivel económico y social que permitirá con holgura la evolución,
no sin momentos penosos, del hijo que
nació para enseñarnos que el amor y el sacrificio dejan huellas indelebles.
Una historia entrañable, muy bien
documentada, escrita con la sensibilidad que pone la creadora en sus trabajos,
sean pictóricos o literarios, y que nos conduce por los caminos de Guamasa, la
costa de Tacoronte, las calles de La Laguna o el Madrid de los años veinte.
Páginas que hemos de controlar para no pasarlas de un tirón, pues Paco nos
lleva tal cual su afición a los caballos, unas veces al trote, otras al galope,
mientras el rumor del mar escondido en la caracola espera a sorprendernos en
cualquier sitio, ya sea en un jardín olvidado, una ventana lagunera, el sofá de
nuestra casa o en una de las páginas cautivadoras de “La vida en silencio”.
Con entusiasmo hemos leído esta
novela, la segunda en la que nos enreda Ana García-Ramos (ambos en la
perseverante y meritoria editorial Baile del Sol), después de “Tanto para nada”,
otro escenario con personajes de los que seguir aprendiendo gracias a su
escritura delicada, capaz de recorrer variadas existencias, logrando que en
ellas encontremos también algo de las nuestras.
Un acto de empatía fácil de decir,
pero no de conseguir.
Enhorabuena, Ana, por esta perla
que esperamos no sea la última de tu joyero de exquisiteces.
Texto, Virginia