viernes, 6 de diciembre de 2019

La vida en silencio





Dicen que si acercas una caracola al oído, podrás escuchar el ruido del mar, un lejano rumor de olas que duerme en el centro mismo de sus volutas nacaradas. Y aunque a Paco, protagonista de esta novela, no le sea dado escucharlas, guardará entre sus bienes más preciados una de esas conchas misteriosas, la que conserva, junto al sonido marino, el mejor de los recuerdos. Algunos de esos recuerdos no vamos a desvelarlos, pero sí hemos de recurrir a los que nos cuenta la autora para comprender la infancia y juventud de este niño, hijo más chico de un matrimonio acomodado que vive entre el campo y la ciudad, en el Tenerife de principios del siglo XX.

Si la Literatura nos sirve de mucho, como cualquier otra manifestación artística, ese servicio se acrecienta cuando nos hace reflexionar. No hace falta, pues, un ensayo concienzudo para estimular el pensamiento, también puede valer una crónica sencilla y conmovedora que nos lleve a recapacitar sobre los valores y las actitudes del género humano. Y en este libro hay mucho de todo eso.

Mi experiencia como maestra durante largo tiempo, me ha enseñado lo que significa para una criatura tener algún tipo de minusvalía y, si como base fundamental, no dispone de un núcleo acogedor, su desarrollo estará marcado por las dificultades. Por mucho que más adelante se quiera  equilibrar la deficiencia, no será factible si no ha habido una labor amorosa y comprensiva en el seno del hogar. Y aquí es donde la concha caliente que rodea a nuestro personaje lo abriga lo necesario y aún más, para crecer e ir entendiendo la extraña realidad que le ha tocado en suerte, pues si ya es complicada  para todos, cuanto más podrá ser para un chiquillo sordo en un mundo de sonidos, palabras, música, cantos, gritos, ese don maravilloso que es la voz, como vehículo de expresión siempre que podamos oírla.

Es Paco, de crío, de adolescente y de joven, el centro del relato. Pero son sus padres los que llevan las riendas para encaminarlo por el sendero adecuado. Y es así como recapacito sobre la importancia de la gente que nos rodea, dispuesta a sacrificarse y a buscar lo que se considera correcto para nosotros, aunque muchas veces también se equivoquen. Más no es el error el asunto primordial, sino la vocación certera y generosa de querer entregarnos sus mejores deseos.

La madre y el padre de Paco, sus hermanos, el resto de personas que lo acompañan de una u otra forma, consolidan unos valores y unas actitudes que harán de este niño un adulto con vida propia, con objetivos e intereses, capaz de relacionarse con los semejantes y de llevar adelante sus proyectos.
El libro solo cuenta un trozo desde sus primeros años hasta la juventud, y nos deja con ganas de saber mucho más, incluso con la ilusión de haberlo conocido, pues el personaje se hace tan cercano, que pareciera que alguna vez nos saludó, e incluso nos sonrió a lomos de su montura, paseando por una arboleda de acacias o participando en las competiciones de sortijas en aquellos remotos años de mis fiestas del Cristo, cuando en el Camino Nuevo piafaban los caballos, mientras los jinetes, ufanos en sus envidiables monturas, aguzaban la puntería para conseguir la cinta más hermosa.

Es este tramo, suficiente para rescatar del olvido a un pequeño junto a su familia, un retrato que ya quisiéramos nos hiciera alguien con la ternura que demuestra Ana, sin caer, cosa que sería bastante cómoda, en el dramatismo o la tristeza exagerada. Hay un niño, un grupo cohesionado, un ambiente, una época. También, y no hemos de obviarlo, un nivel económico y social que permitirá con holgura la evolución, no sin momentos penosos, del  hijo que nació para enseñarnos que el amor y el sacrificio dejan huellas indelebles.

Una historia entrañable, muy bien documentada, escrita con la sensibilidad que pone la creadora en sus trabajos, sean pictóricos o literarios, y que nos conduce por los caminos de Guamasa, la costa de Tacoronte, las calles de La Laguna o el Madrid de los años veinte. Páginas que hemos de controlar para no pasarlas de un tirón, pues Paco nos lleva tal cual su afición a los caballos, unas veces al trote, otras al galope, mientras el rumor del mar escondido en la caracola espera a sorprendernos en cualquier sitio, ya sea en un jardín olvidado, una ventana lagunera, el sofá de nuestra casa o en una de las páginas cautivadoras de “La vida en silencio”.

Con entusiasmo hemos leído esta novela, la segunda en la que nos enreda Ana García-Ramos (ambos en la perseverante y meritoria editorial Baile del Sol), después de “Tanto para nada”, otro escenario con personajes de los que seguir aprendiendo gracias a su escritura delicada, capaz de recorrer variadas existencias, logrando que en ellas encontremos también algo de las nuestras.
Un acto de empatía fácil de decir, pero no de conseguir.
Enhorabuena, Ana, por esta perla que esperamos no sea la última de tu joyero de exquisiteces.

Texto, Virginia