Es lo que son, justo eso. Válvulas
terrosas latiendo al unísono para sostener la magia de los tozales, fenómenos
geológicos de Los Monegros, estructuras especialmente frágiles, y aún así,
erguidas y esbeltas en medio de planicies desérticas, solo alteradas por cárcavas, pequeñas barranqueras, elevaciones
mesetarias, y en medio de unas y otras, también algunas sorprendentes huertas muy
bien cuidadas.
Esos ínfimos montículos de tierra
son delicados, y al tacto se desmoronan con facilidad, pero sin embargo, contribuyen
a formar la base de numerosas y variadas esculturas cuya cúspide suele estar
protegida por arenisca, impidiendo que la lluvia acabe con sus pies de barro.
Los Tozales de la Ruta Jubierre ostentan
franjas de colores ocres, rojizos, amarillentos, granates, casi blancos,
recordando al Paisaje Lunar de Vilaflor o al Barranco de los Enamorados en
Fuerteventura. Un paisaje cálido, como solo puede ser cuando millones de
corazoncillos terrosos se unen para mantener lo que la naturaleza nos dona, un
regalo de los suyos, otro más de los que estamos empeñados en que desaparezcan,
sin atender a la labor generosa de nuestro planeta a lo largo de millones de
años.
Los Tozales de Los Monegros, son faros en medio del paisaje, serenos y elegantes, confiados en que los
corazones que los sustentan les darán la vida necesaria a través de su sangre,
hecha de tiempo, tierra, agua y viento.