Le pedí un baguito de uva y unos gomos de naranja, pero el
muy baladrón se los pegó todos sin convidar. Así le entró un sangoloteo en las
tripas de padre y señor mío.
Medio torcido se echó en el catre viento del abuelo, por si
mejoraba un poco. Mal tráido que estaba, de patas cambadas y sin acotejar la
fajina, se le esgorrifó nada más jincarse encima, ¡menudo lomazo por totorota,
echón y tajul!
Garrapatiando estuvo un rato, yo me fui por la sombrita,
bien contenta, ya me habían dicho que ni mirara al golfiante aquel.
Texto y fotos, Virginia