Sorprendentes los concheros
guanches estén donde estén.
En Teno o en Rasca, en Buenavista o en Arguamul.
Unas masas de tierra con conchas formando un pastel ocre y nácar, menudos
caparazones de lapas, burgados y bucios entremezclados al sol. Capas y capas
que forman pequeños pero extensos montículos casi siempre al soco de bloques de
basalto donde sentarse, o cortos muretes rústicos.
Asombra pensar cuánta gente
se reunía para darse esos banquetes exquisitos, un día en un sitio, más tarde
algo más alejado, luego otro más allá, rodando el asentamiento en base a lo que
la orilla marina les ofrecía, hasta volver al primero y seguir formando las montañitas
que ahora vemos.
Los estudiosos don Elías Serra y
don Diego Cuscoy, en un viaje de estudios en el verano del 43 –fueron en barco
desde Alcalá- visitaron los de Teno, contando un centenar de ellos, y en
alguno, también encontraron restos de cerámica y un par de tabonas (fragmentos
de obsidiana, equivalente al sílex). Unos más notados que otros, pero siempre
cerca de los riscos, los concheros guanches señalan un hábito que habla de
grupos organizados, de conocimiento de la naturaleza, de las mejores épocas
para la recolección y sobre todo, de una vida elemental con mínimas
comodidades.
Por más que los haya visto o los
descubra en algún borde de la marea, siempre me hacen detenerme, reflexionar,
asombrarme. En algo se parecen a las eras, pues suelen estar en sitios
ligeramente más elevados de los que hay alrededor, como si los guanches
quisieran solazarse del paisaje mientras comen, a veces crudos, otras veces
pasados por el fuego y siempre con el océano cantando su canción infinita, de
mar bravío a oleaje sereno.
Texto y fotos, Virgi