No pude, no, encontrar a ninguno
de los personajes que buscaba. El detective de papel porque tal vez habría
volado con la brisa del Malecón. Y el autor, mi admirado Leonardo Padura, tan lejos,
que no me atreví a rastrear sus huellas entre las calles de La Mantilla, a un
rato largo en taxi o en guagua desde la casa donde estuve varios días, en pleno
corazón de la ciudad, a medias entre el derrumbe y la reconstrucción.
Sí me fumé un trozo de puro bajo
la sombra arbolada de la deslumbrante Plaza de Armas, contemplando a uno de los
Padres de la Patria, Carlos Manuel de Cépedes, el líder independentista que, en
un arranque de generosidad y visión de futuro, liberó a sus esclavos, entre
otros actos valerosos que su historia atesora, y por los que Cuba lo tiene en
la más alta de las estimas.
Como igualmente tiene como Héroe
Nacional a José Martí, que, influenciado por generaciones anteriores (como el
propio Céspedes), se apuntó a la lucha por la independencia de la isla. Martí,
de madre canaria, escritor y poeta, tiene regadas por la isla –en murales,
carteles o monumentos- toda una serie de frases profundamente humanas, que revelan la categoría de su pensamiento y
acción.
Entre uno y otro suman cientos de
reconocimientos sembrados en parques, calles y plazas de la isla, homenajes
siempre presentes, aparte de los centenares a los héroes de la Revolución, que
todavía marcan el paso de un país que conmueve en el Primero de Mayo, pero que
entristece el resto de los días. Ver las cartucheras de Ché Guevara o las botas
de Camilo Cienfuegos en el Museo eriza los pelos, sí, pero eso no me pudo
convencer de una realidad que no ha llegado a ser la soñada.
Será que los sueños nunca se
realizan, será. Será entonces por lo que caminé por la maravillosa Habana Vieja
día tras día, queriendo ver cuánto de los sueños se cumplieron, mientras la
niñez uniformada atiende a la maestra que imparte clase al borde de la acera,
sin problema de que algún transeúnte la interpele. O la doctora que entraba en
el consultorio cuando yo me iba de la casa y veía a sus pacientes esperándola en la diminuta sala
de espera, orgullosos del nivel de la medicina cubana.
Fue por ese deseo de
saber más, por el que pateé las calles, a tramos al borde del colapso, a tramos
reluciente en su rehabilitación, gracias a la labor impagable de la Oficina del
Historiador con Eusebio Leal Spengler al frente (llamado el “Novio de la
Habana” y adorado por sus conciudadanos), rastreador fiel e incansable de la
ciudad, que desde hace más de medio siglo la cuida con pasión y excelentes
rendimientos, aún cuando la cúpula militar le haya puesto la zancadilla.
Una ciudad única que me fascinó
desde el primer momento, con el calor y la humedad, la gente en las calles, la
dificultad para encontrar wifi, lo complejo de los desplazamientos entre
ciudades, como cuando fui a una de las estaciones de guaguas:
- “¿Usted trae la reservación?
Porque si no la hizo, hay que esperar que venga el bus a ver si tiene
capacidades”
Los sabrosos jugos naturales en
la calle -a los que me apunté sin dudarlo-, las pizzas en las ventanitas y
“cafeterías”, la chiquillería jugando en las plazas, los bicitaxis, los
“almendrones”, el transporte en todo tipo de vehículo, la música, el humor, los
colores, los trajes talla 38 en unos cuerpo de la 44, las escaleras
serpenteantes a viviendas imposibles, la tranquilidad antes que nada (y si se
quiere comprobar, vayamos a cualquier heladería Coppelia), la señora que vende
café en su mesita del portal y otra cepillos de dientes, el hombre que aguanta
un manojo de hierbahuerto en una esquina, el chico con la carretilla ofreciendo
plátanos, mangos, piñas, zanahorias.
La Habana Vieja es todo eso. Y
también mucho más. Es dignidad, paciencia, ritmo, belleza, arroz congrí, ritmo
otra vez, cerdo asado, agua embotellada, conversación, palabras preciosas, dos
monederos (uno con pesos cubanos, otro con pesos convertibles), más ritmo,
palacetes suntuosos lujosamente amueblados, calles de adoquines, el Malecón
infinito, los edificios a punto de hacerse trizas donde, sin embargo, siguen
habitando las familias. La Habana y toda Cuba es una cola para comprar
medicinas, subir al bus, conseguir tarjetas de teléfono, reservar un pasaje.
La Habana Vieja que conocí me
dejó un sabor dulce y luminoso, pues lo amargo lo borraron las puras sonrisas
blancas, y la oscuridad se desvaneció frente a la luz de una mirada infantil o
la calidez de una anciana agradeciendo un regalo.
Texto y fotos, Virgi
Mayo 2018
14 comentarios:
·.
Que maravilla de viaje, que maravilla de fotos... y que bien relatas lo vivido y lo sentido.
Y que maravilla que nos abras la ventana para que dejemos aquí unas pocas palabras.
Enhorabuena por ese gran y envidiable viaje al encuentro de lo muy esperado.
Un beso, chicharrera +E
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La Mirada Ausente · & · Cristal Rasgado
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·.
COMENTARIO PARA EL POST SIGUIENTE:
La belleza de la infancia es una luz que "deberemos proteger siempre"...
si deseamos que permanezca.
Besos UU·VV
.·
La Mirada Ausente · & · Cristal Rasgado
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Lástima que una ciudad tan bella sea la capital del un país esclavizado. Sé lo que es eso porque vivo en un país cuyos gobernantes quieren hacer acá lo que hizo Fidel allá
¿Estás en Cuba? wowww.... Es mi asignatura pendiente.
¡¡¡Qué fotos!!!
Bsss
Ya sabes, Ñoco, no te lo puedes perder, todo es fotografiable allí. Aunque me fastidia sacar personas, lo hice en varias ocasiones porque me encantaba ver sus poses, colores, ademanes. De resto, impresionante. Y Trinidad, espectacular, bueno, ya lo comprobarás en algún momento.
Gracias por venir y por los piropos, abrazo enorme.
Y gracias por volver, besitos con ganas de ver a UUVV.
Sí, es penoso tanta revolución para el estado en que se encuentra, aunque la sanidad parece ser muy puntera, no? Un país precioso y una gente con mucho aguante y dignidad. Besos, apreciado Alí.
Estuve dos semanas, Luis, una experiencia fantástica en soledad, pero acompañada por el calor caribeño. En fin, me chifló, a pesar de los pesares. Con decirte que hice como un millar de fotos!!! Abrazo grandísimo y gracias por la visita.
Madre mía, Virgi, qué bien lo cuentas y con cuanto sentimiento.
Qué recuerdos de mi paso por La Habana, con la misma fascinación y las mismos desencantos, pero siempre la calidad y calidez de la gente inclinan la balanza hacia la experiencia gozosa, emocional y plástica que sientes cuando deambulas por La Habana vieja, el Malecón o te tomas un helado en Coppelia y un mojito o daikiri en el Hotel Inglaterra, de noche, y en cualquiera de sus plazas de día.
Preciosas fotos, Virgi, todas, la de más arriba de la niña...es maravillosa la imagen y el pie de foto.
Me alegra que lo hayas pasado tan bien.
Un abrazo,
Esa es una visita que tengo pendiente desde hace demasiados años, y nunca la hago, y ya Fidel muerto, aunque las cosas han cambiado, todavía no mucho, en fin, te envidio... :)
Siempre que veo esas fotos, pareciera que la gente vive dentro de un vetusto museo...
Besos y salud
Joooo, qué bonito, Virgi. Un viaje precioso a ese país tan “ grande” en gentes, en arte, en historia... preciosas imágenes. Besos
Siempre vienes tan entusiasta, querida Tesa, que así cale la pena seguir en esto. Pero aquí la artista creativa al máximo y con recursos increíbles, ya sabemos quién es.
En fin, que sí, que Cuba es maravillosa a pesar de las contradicciones, los militares, la doble moneda y otras cosas. Me encantó, como ya te conté. Tengo más de mil fotos, tenía el chip yo muy activado jajaja.
Besos y abrazos
Te llevarías algunas sorpresas bonitas, apreciado Genín. Otras no tanto, las cosas no caminan, no. Pero mi experiencia fue excelente. Abrazo laaaaaaaargo y cuídate mucho.
Sobre todo grande en la dignidad de la gente, a la par que en su manera de vivir y de sobrellevar la existencia. Ha sido catorce días intensos y de mucho aprendizaje, querida Ginebra.
Besitos, cielo.
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