Nunca se me ocurrió ir a Cuba en la época en que muchas de
mis amistades la visitaron, algunas más de una vez. Ni tampoco como un homenaje
a mi hermana Maya y su veneración por el Ché. Sin embargo, un policía
desencantado, fumador empedernido, solitario con un pez por mascota, me ha
hecho reconsiderar esa posibilidad.
Después de haber leído varios libros de Leonardo Padura con
el Condesito vagando por las calles de La Habana en busca de pistas, no tengo
otro objetivo inmediato que intentar seguir sus huellas, convertida en una
detective real que busca a un detective de papel, entre los barrios de La
Víbora y La Calzada, en los partidos de béisbol o en los entresijos del Barrio
Chino.
De papel Mario Conde, sí, pero tan real con sus deseos y
frustraciones, su música de rock o de Serrat, la cama sin hacer, el ron
Santiago y las mujeres hermosas que le quitan el sueño y la ropa.
No quiero playas, ni palmeras bamboleantes en los cayos, ni
selvas o campos de caña, solo quiero caminar por La Habana y pasear en uno de
esos carros hermosos y seguramente deteriorados, en tanto busco a un hombre que
no sabe si seguir su intuición y meterse en líos, o caminar por la línea recta
del código policiaco. Habré de
identificar a su amigo el Flaco, a la gran cocinera Josefina, al jefe presumido
que fuma los mejores puros, al compañero Manuel, el que -mucho más de la cuenta-
lo interrumpe en sus indagaciones.
Tendré que comer pavo relleno con congrí, quimbombo con carne
de puerco o tamal en cazuela. Es posible que hasta me fume un puro en
cualquiera de las espléndidas plazas habaneras o al borde del Malecón. Lo cierto es que las andanzas de
este teniente descreído y cansado, me han de llevar a Cuba, donde un grandioso
pero modesto Leonardo Padura (“Soy escritor porque no pude ser jugador de
pelota”) ya me conquistó en una charla hace unos meses. Tan humano, tan
sencillo, tan tierno, que me dieron ganas de abrazarlo, aunque no me atreví,
quizás reservándome sin saberlo, para cuando lo encuentre por las calles de La
Mantilla y pueda decirle que dudo entre la admiración por él y la adoración por
Mario Conde.
Un problema que he de resolver mientras pasee delante de las
mansiones decadentes de La Habana o me siente en cualquier rincón, a esperar que
mis últimos libros preferidos se
desplieguen y satisfagan las ilusiones de una lectora empeñada en recorrerlos, con
calles y páginas confundidas por mor de una escritura fascinante.
Texto, Virgi