En una vistosa degollada entre Teno Alto y Buenavista, se
conserva el que seguramente es el único y completo tagoro guanche que resta de
los muchos que existieron en Tenerife. Bien que subamos por el Camino del Risco
(o del Muerto, nombre debido a lo transitado que fue para llevar a los difuntos
al cementerio del pueblo) o que lo bajemos desde la espléndida meseta de Teno,
hemos de encontrarlo a medio camino.
Sorprenden sus piedras en círculo, con una redonda al centro,
así como en gran parte, otro círculo interior para sentarse. Impresiona si
llegamos desde abajo, por un camino en continuo ascenso y muchas veces bastante
expuesto, y nos recreamos en la placidez de esta construcción sencilla con
varios siglos de antigüedad, casi al borde de un acantilado soberbio, pero
resguardado y sereno en un afloramiento de toba roja.
Si por el contrario se contempla en la bajada, después de
encontrar distintos paisajes en poco espacio (bosquecillo de monte verde, un
trozo volcánico graciosamente esculpido por la erosión, planicies y laderas con
decenas de abrigos pastoriles, piedras incrustadas como ojos más abajo de un
almagre inesperado), y de desviarse hacia la cueva de los ataúdes, se nos
aparece plácido en el pequeño llano, esperando que nos sentemos a percibir el
murmullo sutil de las conversaciones guanches, y quizás hasta podamos distinguir un rumor que exhalan algunas
hendiduras de las piedras, tal vez del propio mencey de la zona organizando la
reunión.
Diferente al que visité hace décadas en El Hierro, este de
Teno es más abierto, con piedras gastadas, varias de gran tamaño y un piso
terroso con hierbillas, algo hundido en el centro. Sería por ese pequeño
desnivel, una vez se encharcó por la lluvia, llegando incluso a rodar varias piedras de la construcción, aunque por
fortuna, alguien las retornó a su lugar.
Como en numerosos vestigios valiosos que aún tenemos, no
tiene señales de protección, ni tampoco un sencillo cartel que informe de su
indudable trascendencia. Pienso en la Medida del Guanche, los dameros de La
Centinela, la Piedra de los Valientes, los grabados de Ifara, los goros de
Rasca y otros muchos restos que salpican el territorio isleño.
El tagoro de Bujamé lleva siglos allí y esperemos que así siga,
acogiendo a quienes pasan y descansan en sus asientos centenarios, la mayoría
ajena a las huellas de un pasado aún por completar.
Texto y fotos, Virgi