Entonces la soledad era esto,
pensó.
Se acomodó en la silla, la
desvencijada silla que tanto tiempo lo había sustentado y paladeó el aire, el
color hueso de las paredes, las baldosas con guirnaldas de olivos griegos, la
puerta que nunca trancó bien. Vio desfilar ante sí imágenes para siempre
perdidas y se sumergió en ellas, lenta y definitivamente, con la serenidad que
solo da una sabiduría primigenia.
Texto y foto, Virgi