Berti Roldán, nadador
Siempre fue amante del agua y
la natación, pero después de leer El nadador, de John Cheever, se quedó
marcado con aquel hombre que cruzaba algún lugar de América de piscina en
piscina hasta llegar a su casa. Una huella imborrable se le hundió en la piel
sin posibilidad de cambio, sustitución o tachadura.
Entre ocupaciones rutinarias
de trabajo y familia, Berti Roldán empezó nadando dos horas diarias en la
piscina municipal. Que no le tocaran ese tiempo. Ni niños, ni enfermedades, ni
horas extras, ni viajes. Cuando por obras la cerraron un tiempo, cambió
el agua dulce por la salada y se iba en coche a una hora de su casa para meterse en el mar, hiciera frío o calor, con
calma chicha o tormenta. Sólo en casos extremos dejó su hobby, en días de mar
bravísimo o cuando su mujer dio a luz. Por ese interés que se le agudizaba cada
vez más, había ido acomodando su vida a las circunstancias natatorias, tal cual
fuera el último representante de nuestros orígenes marinos y tuviera que mantener
ese emblema a costa de lo que fuera. Indudablemente, los peces se hubieran
sentido orgullosos de él, si en su amplio espacio vital hubiera podido entrar
la posibilidad de saber que un humano mantenía con tanta fiereza la
consanguinidad que los unía.
Nadaba de espaldas y a crowl,
a braza y a mariposa, se dejaba mecer por las olas o se sumergía como un
cachalote. Lo importante era sentir el agua rodeándolo, así como la experiencia
inigualable de desplazarse en el mar, con el fondo lejano y los pececillos
danzando cerca de él. Berti Roldán braceaba con pasión, como un deportista de
élite que tuviera que batir un récord, pero también lo hacía por el puro placer
de ver su sombra acuosa, indefinida, silueteada apenas de azul navegando
paralela a él, unas veces delante, otras detrás. Y por pequeños placeres casi indefinibles: el de ver
como las partículas de agua salían despedidas con su respiración, para volver
al agua una y otra vez, incansables, voluntariosas; como entraban los brazos en
el agua, queriendo ser fuertes, pero apaciguados por la masa salada; como veía
los rayos del sol transmutados en delgados haces que aparecían y desaparecían
según el movimiento de la cabeza. Todos esos pequeños detalles, imposibles de
explicar a quien no practicara la natación, eran los que asían al agua a Berti
Roldán.
No era ya una cuestión de
deporte o de mantenerse en forma, era casi una relación mística con el agua, con
el sol, con el aire. Se olvidó de que una vez recorría decenas de veces la
piscina, no había comparación con atravesar la bahía de lado a lado, sin gente,
sin boyas, sin voces, sin otras personas con las que podía tropezar. Nadaba a
ratos con brío, otras serenamente, las más con un ritmo envidiable que parecía no cansarlo
nunca. Era tanto su deseo de mar, que soñó pasarse el resto de la existencia al
borde del agua, tostado por el sol de todas las estaciones, oxigenado por la
brisa de todos los aires, alimentado por todas las nubes. Con este panorama, su
matrimonio entró en crisis y el trabajo era un lastre. Solicitó una excedencia y se largó a
una orilla oceánica.
Carcomido de salitre, con la
piel escamosa, broncínea, resbaladiza, una mezcla de pescado, lagarto y delfín,
Berti Roldán pasó de la oficina en el centro de la ciudad y una casa en zona
residencial, a una choza, medio cueva, medio agujero, a la que acudía,
exhausto, sólo cuando sus brazos y piernas no le permitían seguir braceando o
batiendo. Enfadado consigo mismo, se retiraba por un rato, para volver al agua poco
después.
Una tarde de otoño, cuando los
parques se cubrían de marrones y sus dos hijos comenzaban la escuela en el lado
opuesto al mar, Berti Roldán sintió una punzada en la espalda, un dolor extraño,
gratificante también: tímidamente, dos cartílagos con forma de aletas comenzaban
a brotar de sus escápulas. Al fin tendría unas nuevas extremidades con las que
conquistar aquel piélago infinito que aún se le resistía.
Texto y fotos, Virgi
18 comentarios:
Bella entrada, plena de un bello realismo mágico que nos cuenta la historia de un hombre y su amada mar.
He recordado al Burt Lancaster de El nadador, pero este me resulta más real y cercano, más autentico.
Las fotos que acompañan , me han ayudado a entrar mejor en la belleza de tu escrito.
Besos.
Muy acertado, Juan L., tu recuerdo de la película, pues está basada en un cuento del escritor que nombro, J. Cheevers.
Gracias por tu pronta visita y tus apreciaciones, si puedo se las traslado a este nadador compulsivo ;) Besote con sonrisa.
·.
Me ha encantado tu historia. Creo que el personaje podría tener algún parentesco con el de 'Y llamé a las puertas del cielo', de un conocido tuyo... o tal vez con 'El hombre pez de Liérganes', lugar que conoces.
¿Podrías subscribirme a tus publicaciones? Así me evitaría sobresaltos sobre el si o no publicas...
.·
Besos, chicharrera
La Mirada Ausente · & · Cristal Rasgado
¡Preciosa historia!
A lo mejor, al final, se convierte en un "sireno" :)
Besos y salud
Virgi, no te imaginas cómo me he identificado con esta historia... Soy un nadador compulsivo, de piscina normalmente, pues vivo en Madrid casi todo el año. No hay quien me quite mis 2000 metros diarios, un parriba y pabajo siguiendo las lineas del fondo. Dicen que es aburrido, para mí no. Pero cuando disfruto de verdad es cuando me acerco al mar (rías gallegas o mediterráneo) Nadar en el mar, lejos de la costa, es especial, sobre posidonias y rocas y espumas (lo has descrito muy bien) Para mí es la esencia de la soledad, de la libertad, del encontrarte contigo mismo. Incluso este verano pasado me apunté con otro fanático como yo a hacer algunas travesías en aguas abiertas (aunque en este caso habría que hablar de soledades compartidas con otros 300 solitarios :) Una gozada. Aún no me han salido aletas como a Berti pero no desisto. De momento sí parece que mi piel se va haciendo más y más escamosa :) Un beso glub :)
Claro que imaginé al empezar a disfrutar de tu bello relato que tu protagonista se parecía al apuesto Burt Lancaster, una peli que me encantó, basada en el cuento de John Cheever que también mencionas.
Me aburren las pisicinas, pero en el mar recupero mis aletas imaginarias y, pese a que no tengo un estilo natatorio depurado, floto, avanzo, buceo...bastante aceptable para no ser pez.
Entre las hermosas fotos y tu relato, Virgi, que disfruté mucho hasta ese final con magia, has aventado mi añoranza de mar hasta el límite.
No sé si llegaré a tiempo de vivir cerca del mar, pero ese es mi sueño cuando me desenrede de los afectos que me tienen orillada en el asfalto.
Un abrazo,
¡Ay, este chico, siempre adelantado! Lo digo porque no sé cómo es eso de suscribirse a las publicaciones, pero lo intentaré, tranki; si no doy con ello, te pregunto, crack.
En cuanto a tocar a las puertas del cielo, maravillosa canción, pero no la empato con el relato, la edad me va quitando neuronas :(
Y del hombre pez, pues sí, ahora que lo dices, pero no se me ocurrió pensarlo cuando estuvimos por allí y eso que lo tengo escrito hace un par de años, junto a otros cuantos "Quiebros".
Abrazos y besos puv
Estaría bien ser un sireno, como no hay, tendría mucho éxito, Genín, buena ocurrencia la tuya. Un besote, campeón, no me pierda usted la jovialidad, que es un lujo y da gusto verte.
¡Oh, Diego, me he quedado a cuadros con lo que me cuentas! Un empate más conmigo con eso de nadar tanto, aunque yo soy más miedosa y no me atrevo a hacerlo demasiado lejos de la costa. Pero en verdad que es una gran fortuna disfrutar del mar. Lo que escribí tiene mucho que ver conmigo, todas esas sensaciones que solo conoce quien goza del agua nadando; pero no creas que soy profesional jajajaja...nado desde chica pero no tengo voluntad para perfeccionarme.
No sabía que estuvieras tanto en Madrid, la próxima vez que vaya, te aviso sin falta. Abrazo de olas y sal.
"Orillada"...¡guau, qué bonito, mi Tesa! Estaría bien darnos un par de baños juntas y si nos alejamos va Diego a rescatarnos (¿viste lo que me escribió?) y tan panchas.
Gracias a tu comentario me di cuenta de que le había puesto un "s" que no lleva nuestro escritor en su apellido. No he visto la peli, solo algún retazo, pero ganas tengo, quizás perfeccione mi estilo con Burt, vaya un hombre atractivo.
Espero que llegues a tiempo, el mar gozará con tu vitalidad y belleza, tesoro.
Abrazo lleno de sal, sol y energía.
Virgi, aprovecho que has abierto la ventana para seguir "pelando la pava" :) Bueno, también nado por prescripción médica, mi ólogo me la ha recomendado para mis averías. Ya sabes que hasta ahora no hemos coincidido: si tú vas a Galicia yo acabo de marcharme, si pasas por Madrid yo estoy en Caravaca, si iba a Tenerife aún no conocía tu existencia. A ver si arrejuntamos nuestros meridianos en cualquier momento :) Beso.
mi naturaleza cobarde siempre me hace acercarme al mar con muchas precauciones. O mejor, a no hacerlo en absoluto. Aún así entiendo a la perfección lo que es una obsesión, una lucha contra algo que parece más grande que uno mismo, pero una lucha que no puede dejar de librarse...
No todas esas historias tienen un final feliz, pero me alegra que no haya sido el caso de esta ;)
Cuando se lleva el agua en el alma... acaban saliendo las agallas. Cuando se lleva la belleza dentro, acaban saliendo imágenes y palabras como las tuyas.
Bss
Verás, Diego, que algún día coincidimos, seguro. Yo lo voy a intentar y te avisaré con tiempo cuando vuelva por esas tierras. Un abrazo enorme y me quedo buscando "ólogo", que nunca lo he oído...¡nada como tener amistades cultas! Eres un fiera, mi niño.
Bueno, bueno, Luis, aquí de belleza tienes tú mucho que enseñar. Pero mil gracias por venir y por tu piropo. Te abrazo un rato, que hace tiempo no nos encontramos por estos mundillos.
Todavía está por ver el final, Beauséant, deja que le salgan las aletas del todo y esto puede ser el acabóse...jijiji...un beso de olas (para que pierdas el miedo)
La foto de más abajo, de las olas y los niños jugando, es impresionante de buena. Genial.
Un abrazo,
Querida tesa, acabo de ver este comentario, muuuuuchos beso y gracias por volver.
Lo que no veo son los niños jijijii
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