O al menos del dragón mitológico que cuidaba del Jardín de las Hespérides, el lugar al que acudió Hércules para recoger las manzanas de oro, uno de los doce trabajos que hubo de realizar el famoso forzudo de la antigüedad. Dice la leyenda que la sangre manchó en abundancia el suelo, de cuyas gotas nacieron los dragos. Esa savia roja a la que, desde tiempo inmemorial, se le atribuyen propiedades muy especiales, aprovechadas incluso por los guanches con diversos fines, como para el proceso de momificación (que con tanta sabiduría realizaban) o para usarla en ungüentos y pociones.
Con una copa perfecta, que se
ramifica cada diez o doce años, los
dragos son una de las enseñas de la naturaleza canaria, alzándose en riscos y
peñascos con una gracia y un poderío admirables. Son más abundantes en unas
islas que en otras, siendo algunos ejemplares de tipo antrópico, es decir,
plantados a propósito, no nacidos de forma espontánea.
Indudablemente, los famosos como
los de Icod, Gáldar, Los Realejos o Buracas, nos impactan por su antigüedad,
tamaño y siluetas perfectas, labradas siglo a siglo, mas no se quedan atrás
aquellos que se encuentran inesperadamente en laderas de barrancos o colgados
de vertiginosos acantilados.
Es el Drago de Agalán uno de los
más soberbios que podemos contemplar, del que se dice tiene más de
cuatrocientos años. Situado en el Barranco de Tajonaje (o de Magaña, cerca del
centro de Alajeró) es el de mayor porte de La Gomera, elegante cerca del cauce,
amo y señor del paisaje frente a los bancales, todo un padre que sabe de
lluvias, veranos sedientos, gentes sufridas, labores poco gratificadas,
dolorosa emigración.
En la vertiente de enfrente, algo más arriba, una coqueta casita, solitaria entre las huertas, lleva tiempo mirándolo con orgullo, es la única de todos los contornos que ostenta ese privilegio. Ella y el drago, ajenos a todo, seguramente se entienden bien, ya llevan tiempo en las cercanías.
Una, tímida, oteando al más reconocido ejemplar
de la isla, sobre el horizonte marino y triangular que alcanza desde su
fachada. El otro, descollando sobre ágaves, tabaibas, pencones, inciensos, palmeras,
verodes, impone con su grandeza nada más vislumbrarlo de lejos, y mucho más si
nos colocamos bajo sus ramas. De algún lado le habrá llegado el rumor de que
figura en el escudo del municipio, un símbolo inequívoco del valor que tiene
para los habitantes de la isla. Si por causas naturales llegara a morir, no
sería extraño que también él recitara los famosos versos: "Es mi orgullo ser gomero y con ese
orgullo muero".
El
Drago de Agalán, un dragón hecho planta, será que, en efecto, procede de los
dioses.
Texto y fotos, Virginia