Cuentan en Cerdeña
que los enigmáticos nuraghes que andan regados por la isla, fueron construidos
por Dédalo, el padre de Ícaro, atrevido joven que voló hacia el sol, toda una
hazaña que nos cautiva, aunque sea una leyenda de las más irreales.
Arquitecto de
renombre y constructor del laberinto donde el rey Minos encerró al Minotauro,
Dédalo se cansó un día de los encargos del monarca y escapó primero a Sicilia y
luego a Cerdeña. Aquí lo acogieron con magnanimidad, y en pago, Dédalo les
enseñó a construir los nuraghes, adquiriendo los habitantes tanta práctica, que
ahora se encuentran en gran número por todo el territorio sardo.
Cerdeña es una isla
de playas paradisíacas, bruscos acantilados y grandes bosques. Pero lo que resulta ciertamente deseable, es ir encontrando nuraghes, uno aquí, otro en
el pueblo siguiente, varios algo más lejos. Construcciones de bloques unidos
sin argamasa, que forman, generalmente, un edificio troncocónico, como torres
en medio del paisaje. De una edad alrededor de tres mil años, los nuraghes
poseen un magnetismo propio, una atracción de la que no nos cansamos por muchos
que veamos, existiendo más de 7.000 en toda la isla, de distintas altura y
grados de conservación. Uno de lo más impresionantes es el Su Nuraxi, nominado
Patrimonio de la Humanidad en 1997.
Estas
construcciones, unidas a la armonía que aún conserva la isla en cuanto a
paisaje, pueblos y ciudades, hacen que Cerdeña sea digna de ser recorrida desde
Olbia -en griego significa “la dichosa”- con la cercana Costa Esmeralda (ya su
nombre lo dice todo), hasta Cagliari, ciudad de coloreados edificios, sin
olvidar Alghero, todavía con la huella de su pertenencia a la Corona de Aragón
durante siglos.
Los nuraghes de
Dédalo nos esperan para deslizar nuestras manos por su piel milenaria, sin
importarnos si su origen es parte del mito o algo todavía por descubrir.
Silenciosos en lo alto de una colina o en medio de un valle, nos invitan a
pensar en todo lo que aún no sabemos.