domingo, 25 de abril de 2021

Contreras, La Gomera

 

Anclada en una extensa lomada de bancales, la casa señorial de Contreras  reina orgullosa sin que le importe la soledad del entorno. Con alzado de dos plantas, buenas maderas, tejado a cuatro aguas, anexos varios,  huecos al horizonte atlántico y a las otrora bien plantadas huertas, fue edificada a finales del s. XVIII. Su estampa soberbia domina un paisaje verde y luminoso cuando las lluvias han sido generosas, o marrón y gris si la seca veraniega se alarga en demasía.


Apetece apoyarse en el quicio de la puerta principal para contemplar la vastedad de las terrazas y descansar en uno de los asientos de riñón, imaginando que en el patio alguien carga un mulo con sacos de paja o unos niños juegan entre las tabaibas y los verodes. Subir la escalera recia y contundente hasta los restos del balcón, atisbando en la lejanía el triángulo azul del Teide. Con poco esfuerzo hasta podríamos ver  alguna mujer moliendo el cereal, mientras el gofio se derrama por los bordes de la piedra redonda y plana.



En la bodega, entre bidones, cajas y barricas, el polvo danza por los canalillos de luz que entran por ventanillos y postigos, esos que ya nadie abre ni cierra. El baúl de herrajes duerme a la sombra de las paredes encaladas, en algún tiempo contuvo billetes traídos de Cuba o Montevideo, un reloj de leontina, una frazada de paño, un vestido de bautismo con volantitos blancos.

La casa de Contreras, cerca del barranco del mismo nombre, aguarda estoica a que la admires. Aunque tardes en llegar desde cualquier punto que salgas -tan distante del mundo se encuentra- el esfuerzo valdrá la pena, tanto, que llegarás a quererla, enternecida de su fuerza ante la orfandad absoluta, rota sólo por los lagartos, el vuelo rasante de un cernícalo, unos escarabajos ensimismados.


O por el sonido de nuestras voces, impactadas con la hermosura de la casa de Contreras, tan lejana, tan insólita, tan segura de sí y de la vida que creció en derredor.



 Texto y fotos, Virginia