viernes, 5 de julio de 2019

Adobe y tapial en Tierra de Campos





En el  recorrido que de Burgos a León hice hace un par de semanas, pasé por pueblos con mucho encanto. Será por la diferencia con la isla, será porque el caminar nos lleva a fijarnos en cosas que de otra forma quizás no valoraríamos, lo cierto es que los pequeños lugares donde pernocté o simplemente crucé su calle principal, me dejaron una huella de luminoso sosiego.


Hontanas, Hornillos del Camino, Tardajos, Terradillo, Calzadilla de la Cueza, Boadilla, Moratinos, Rabé de las Calzadas, El Burgo Ranero, Bercianos, Mansilla de las Mulas. Pueblos castellanos, de horizontes infinitos, rodeados por trigales, viviendas medio abandonadas y colores ocres como la tierra donde se asientan.



Uno de los atractivos que acabó embelesándome fue el trabajo de adobes y tapiales en muchas casas de la zona, especialmente en la comarca de Tierra de Campos. Deslizar la mano por la superficie arcillosa que cubre las paredes y encontrar un canto rodado, unos pedacitos de paja, una madera incrustada, fue un placer al que me dediqué en tardes calurosas y solitarias, entretanto las golondrinas simulaban estrellarse contra los tejados. 


















Uno de esos ratos tuve la fortuna de charlar con varias vecinas que me explicaron cómo se elaboraban los muros, de dónde provenía el material, cuidados necesarios, costumbres, ventajas e inconvenientes. Fueron un par de horas al pie de la iglesia conversando y aprendiendo de usos casi perdidos, aunque, según leí más tarde, hace un tiempo se están recuperando por sus innegables cualidades.
















La tarde se me pasó en un suspiro y ya solo me quedó pasear nuevamente por el lugar donde estaba  (El Burgo Ranero, así llamado porque en tiempos pasados sus habitantes proveían de ranas a una comunidad monástica de las cercanías) y fijarme, con más ahínco aún, en todos los detalles posibles de un tipo de construcción ancestral, tan afín a lo que le rodea, que parece emerger del paisaje.


Barro y agua, nada más primario. Y el ingenio humano para sacarle partido.



 Texto y fotos, Virginia