sábado, 22 de junio de 2019

Los peregrinos no miran atrás






No, quien peregrina mira siempre hacia adelante, con el sol detrás y viendo la sombra que le precede, pues va hacia el Oeste, allá donde acaba el Camino y termina su misión. Nada le importa, sino perseguir esa mancha oscura que avanza entre trigales, campos de cebada, amapolas al borde del sendero y pajarillos que vuelan felices dando envidia por su ligereza.




La peregrina oye pasos, quizás voces, pero no vuelve la cabeza, si acaso la tuerce un poco cuando alguien le adelanta, o con suerte, es ella quien camina más rápido. Puede que se acerque una pareja de japoneses, con su andar liviano, una americana que salió de Roncesvalles, un abuelo holandés o un italiano de pies quemados.















Oirá el rumor de las botas sobre la gravilla, el de los bastones chocando con las piedras, el tintineo de la concha golpeando la mochila. Pero no ha de mirar atrás, tanto da que los pasos suenen a un par de metros, se camina con la seguridad de la compañía, la certeza serena de que todos persiguen el mismo objetivo. Solo habrá un: “¡Buen Camino!” o como mucho: “Hi, where are you from?”. Y después de mantener un pequeño diálogo, cada cual sigue a su ritmo, con las botas llenas de tierra, la cantimplora lista y la sonrisa dispuesta hasta el próximo encuentro.






Salgas de donde salgas, irás siempre al frente, con la vista por encima de gentes, prados, pueblos y veredas infinitas. El recelo  no se conoce y nadie se gira por ver quién se acerca, al fin y al cabo somos todos unos desconocidos unidos por el polvo del mismo Camino.







 Texto y fotos, Virginia